Película española del 2022, de 137 minutos, con una valoración de 7/10, bajo dirección de Rodrigo Sorogoyen, y guión de Isabel Peña, con un presupuesto de 3,5 millones. Thriller rural.
Inspira un tanto sui generis, en los sucesos acaecidos y denominados mediáticamente como *los crímenes de Petín", en mención a la terrible desaparición de Martin Verfondern, un holandés que decidió cambiar su vida.
Filme de Sorogoyen de esa España rural vacía que tanto se habla, del drama rural basado en hechos reales, del gravísimo impacto de la energía eólica sobre el medio natural, del choque de generaciones y de mucho más, porque la película es poliédrica, tiene muchas caras y toca casi todo lo que nos afecta y aturde. El desasosiego, la incertidumbre, el impacto visual, la certeza de la tragedia, la tensión acompañan a la obra desde el minuto uno, impidiendo al espectador la relajación, el despiste o la indiferencia, porque Rodrigo Sorogoyen nos cuenta un trágico suceso acaecido en una aldea gallega hace años, pero lo que nos está narrando de verdad es el choque tremendo entre la España negra, ruin, egoísta, primaria, de la España abandonada a su ignorancia y su miseria, con la bondad, con el progreso humano entendido como una evolución a mejor de las personas mediante el estudio, la reflexión y el trabajo.
El guion es un trabajo de maestría por parte de Isabel Peña y Sorogoyen. La historia es muy sólida; presenta unas temáticas relevantes, de menos a más, con sorpresas en los rumbos que toma la trama.
No es un thriller al uso, si no el drama de un descarnamiento vecinal, con toda su agresividad de sus expresiones, miradas, he incluso sus silencio, es una historia que bien se podría representar en la frase lapidaria de Luis Zahera en una de las escenas "será lo que tenga que ser".
Una gran película plastica contemplativa que se sienten; con una puesta en escena inmejorable con ese gallegismo, con un juego tecnico de cámara y luz extraordinario, un plano secuencia de diez minutos en el bar pone en palabras de los personajes masculinos el modo de vida irreductible, irracional y violento al que se ven abocados, en un universo claustrofóbico que ni siquiera la amplitud paisajísticas consigue salvar.
Talvez demasiado lenta, con demasiados maguflin, pero con los suficientes elementos para triunfar.
Un Luis Zahera en el que merecidamente gana su Goya, en lo mejor que sabe hacer, y que se le nota que lo domina a la perfección.
Cuando la trama decide mostrarse más dialogante y menos marrullera, es entonces cuando las cartas se muestran con mayor evidencia sobre la mesa. Una invitación a beber por parte de Antoine hará que conozcamos un lado de Xan, hasta ahora escondido entre improperios y bravuconadas entre partidas de dominó, que por un momento nos hará hasta casi empatizar con esa angosta reflexión sobre la ponzoñosa y ruda vida que su familia sufre. El dinero –y una cuestionable oferta al respecto- son los elementos clave para comprender la inextricable eclosión que ni la buena fe de una escena suprema pueden ya salvar.
En su tercio final, que bien podría no estar. De hecho, parece planificado para poder eliminarlo en la sala de montaje y que la historia no se resienta. Se mantiene ahí para tener una conversación paralela a la que define a los personajes masculinos en el acto anterior, pero en esta ocasión enfrentando cosmovisiones generacionales, no entre campo y ciudad. La parte positiva es que el personaje interpretado por Marina Foïs gana mucha entidad, y se muestra esa parte dramática de muchos thrillers que no se suele ver, la de las consecuencias cotidianas de la violencia, crea un nuevo foco de tensión emocional cuando ya nos tenía agotados.