Al principio del filme, juega al perro y al gato con el espectador, dándole pequeñas pinceladas del mundo distópico en el que estamos, donde las mujeres embarazadas y los niños parecen haberse convertido en el objetivo número uno de un gobierno invisible, misterioso y totalitario, en el que en ningún momento nos llegamos a enterar ni en donde ni el por qué. Ni socialmente parece encaminarse, ni la película te va a contar nada que te despierte curiosidad de la simple foto del drama de la emigración.
Eso es un indicio del tono incoherente de la película, y este fenómeno ocurre tantas veces que no pude tomarme en serio el viaje de Mia. El largometraje descansa enteramente sobre la interpretación de Anna Castillo, y ella es muy buena para ello. Y es que lo que ocurre es que la perspectiva en la que se encaja la historia no es muy buena.
Albert Pintó y su equipo de guionistas se sienten limitados por la premisa. En ningún momento de sus casi dos horas de duración, parece que intenten ampliar los horizontes de un subgénero ya explorado desde todos los ángulos. Se conforman y parecen demasiado satisfechos, con la simple idea de meter a una mujer embarazada en un contenedor metálico en el océano. El ángulo de fascinación es interesante, pero se descarta casi al instante, para hacer algo tan cliché y predecible en su envoltura.
Las secuencias de acción son extenuantes y poco efectivas; el ritmo de la película es plano e inconsistente, y la dirección de Albert Pintó es resolutiva y poco llamativa. Lo mismo sucede con los diseños de producción, la dirección de fotografía, la música y el resto de elementos audiovisuales que conforman la obra.
Sin embargo, Anna Castillo está portentosa. Es, de largo, lo mejor del metraje. Quizás lo único verdaderamente destacable junto a determinadas atmósferas claustrofóbicas que están bien logradas, aunque no tan bien ejecutadas en la cabina del montaje. La interpretación de la actriz es sólida, dramática y cruda. Te crees el dolor y el sufrimiento de Mía su personaje.
Un sinfín de sketches de supervivencia sin desarrollo narrativo ni interés dramático, al que le falta imaginación en el sobre vivir, dentro de un simple contendor con cuatro palets que tampoco sirven de mucho su contenido. Como espectador, te dedicas a ver la yincana survival, un Castillo de Takeshi más desagradable y peligroso, con peores consecuencias. Una trama ante un marido misterioso que aparece y desaparece sin más explicaciones. Y más increíble parto en mitad del océano, por lo que se modela una historia más bien milagrosa con demasiadas preguntas, y un increíble contenedor flotante, ante ni tan siquiera tapar la multitud de agujeros de balas por todas partes.