Silencio es ante todo, una película necesaria. Puede gustar, convencer, impactar, sobrecoger, emocionar, ….o todo lo contrario, pero eso ya es cuestión de cada uno y su relación personal con ella.
Es necesaria, primero porque Scorsese es necesario, imprescindible e insustituible. Es uno de esos directores de los que todos deberíamos sentirnos orgullosos y un maestro que siempre tiene algo que enseñar a quien tenga la humildad suficiente para aprender de él. Eso no le convierte en infalible, y sus patinazos son criticables (y perdonables) como los de los demás, pero aún en sus fallos, nunca pierde su maestría.
Es necesaria porque nos recuerda que el cine no es sólo taquilla, complaciencia hacia uno u otro tipo de público, marketing, opinión creada, inmediatez, superficialidad ni pleitesía a los intereses mediáticos, y que hay una CINE que está muy por encima de todo ello.
Es necesaria sobre todo porque es valiente.
SILENCIO es una película cuyo mensaje podría haberse contado en cinco minutos, o en cinco horas…es decisión de Scorsese hacerlo en dos horas y media. Una película “larga” en cuanto a duración, pero ajustada a su narración. Porque es precisamente la narración lo más sobresaliente de esta obra sobresaliente. Una narración directa y sin adornos, ágil, cruda, hermosa, eficaz y en muchos, muchísimos pasajes, ejemplar.
Sí, son dos horas y media, pero dos horas y media de buen cine. Cine más cercano a los maestros japoneses como Kurosawa que a la narrativa occidental.
Es valiente porque toca un tema tan peligroso como la religión. Lo hace con contundencia, de manera dolorosa y sin ofensa posible.
Narra unos hechos históricos, de esos que deben avergonzarnos a todos como integrantes de la especie humana, ocurridos en Japón, allá por el siglo XVII, en que la inquisición budista pretende erradicar la “invasión” cristiana de su país, con métodos absolutamente salvajes…como toda inquisición que en el mundo ha sido. Pero a pesar de la relación víctimas-verdugos que cimienta la historia, a pesar de ser Scorsese un devoto cristiano y parecer que toma partido por las supuestas víctimas, primero nos narra los hechos, y luego deja que cada parte exponga sus motivos, nos muestra todos los puntos de vista y plantea todo tipo de preguntas que cada uno debe contestarse a sí mismo, pero no pretende dar respuestas. Sabe que no debe, y es más, que ni él ni nadie puede hacerlo.
Una reflexión profunda sobre la eterna puja entre la fe y la razón, sobre la manipulación y el dominio que históricamente se ejerce a través de la religión por parte de los estados, sobre las atrocidades que se cometen en nombre del dios que corresponda, y sobre la interpretación personalista y personalizada a gusto del consumidor que cada uno hace de esa religión.
Es valiente y sabio, llevándonos de la mano por la ilusión, la decepción, la rabia, la ira, el horror, la comprensión, el odio, la empatía, la aceptación, la desesperación, la impotencia, la compasión…una montaña rusa de sentimientos que no permiten una mera visualización sin reflexión.
En realidad, todos los personajes son buenos, y malos, y egoístas y generosos…un poco héroes y un poco villanos. Como en la vida misma.
Todo es impecable: la fotografía, la puesta en escena, la dirección, la aparentemente ausente partitura musical, la interpretación de Liam Neeson, del joven Andrew Garfield “Spiderman” (no tanto Adan “Darth Vader” Driver), y sobre todo el elenco japonés. Todo.
Aunque, por ponerle un “pero”, a pesar de que el montaje es casi siempre inspirado, arriesgado, eficaz y muy narrativo, si se hubiera aligerado un poco, la película habría sido perfecta. Especialmente en su tramo final, en que Scorsese se empeña en cerrar demasiadas cosas que no hace falta cerrar. Son demasiados finales cuando hubiera bastado con uno solo. Sí, aquí peca de ambicioso…pero eso es sólo mi experiencia con esta gran obra de Scorsese, y debería lavarme los dedos con lejía antes de atreverme a escribir así de él.