En 1858, la utoridad pontificia llamó a la casa de la familia Mortara en el barrio judío de Bolonia: por orden del cardenal, quieren llevarse a Edgardo (Paolo Pierobon), su hijo de siete años. Se dice que el niño fue bautizado en secreto por su nodriza y la ley papal es indiscutible: debe recibir una educación católica. Los desolados padres de Edgardo hacen todo lo posible por recuperar a su hijo. Apoyada por la opinión pública de la Italia liberal y por la comunidad judía internacional, la lucha de los Mortaras adquiere rápidamente una dimensión política. Pero la Iglesia y el Papa se niegan a devolver al niño para consolidar su poder, cada vez más tambaleante.