Película elegante, honesta, equilibrada, sobriamente narrada, impecable en su forma e implacable en su fondo, Verano en Rojo es probablemente el tipo de film que necesita la industria del cine español: una propuesta que, sin ocultar su vocación comercial, aborda cuestiones temáticas de enorme calado, de gran importancia.
En esta ocasión, se habla del drama de los abusos a menores por parte de algunos miembros de la Iglesia. Por fin aborda nuestra cinematografía de frente este asunto.
Basada en la novela de Berna González Harbour, la película se plantea como un thriller de corte clásico y “caza del asesino”, perfectamente hilvanado. Un chico aparece muerto en un parque de Madrid, y arranca la investigación. Pero esta es solo la manera con la que la directora Belén Macías (El Patio de la Cárcel, Marsella) consigue que mordamos el anzuelo. Una vez captado el interés, la película descarga toda su artillería.
Una segunda muerte anuncia un patrón. Lo que sigue es toda una sucesión de revelaciones tremendas, gracias a las que se consigue abarcar el espectro del problema de los abusos, desde el más puramente humano, hasta el institucional. El tema está tratado con gran elegancia, sin un ápice de mal gusto. Duele más lo que no se ve. Hay aquí buen cine, buen cine negro, del de verdad. Los testimonios son escalofriantes, duelen los silencios atronadores.
No estamos por tanto ante un thriller truculento, violento, ni efectista. Todo es más limpio y, por momentos, emocionante. Verano en Rojo es una película denuncia en forma de ficción criminal, que se desarrolla con la fluidez justa y necesaria durante todo el metraje. En ese sentido, llama mucho la atención la síntesis de géneros, conseguidísima, que da en el clavo como pocas veces se ha visto al combinar suspense y temática social.
Otro punto fuerte es el reparto. A nadie va a venir a sorprenderle a estas alturas la solvencia de un José Coronado que se calza a la perfección a un castigado periodista de la vieja guardia. Pero lo de la protagonista Marta Nieto es para enmarcar, pues da todo un recital de fuerza y contención. Otro tanto puede decirse de los secundarios (como Richard Sahagún construyendo al aterrador villano, o un Tomás del Estal que borda un papel bastante antológico gracias al que queda convertido por momentos en el héroe de la función).