Irene, madre de una hija de 4 años, se acaba de separar de Guillem, su ex-marido, Guillem se lleva a la pequeña unos días mientras Irene intenta adaptarse a su nueva vida yendo a un pequeño pueblo de su pasado. Pero el lugar y su tan dura situación cotidiana hace que su vida pese más y más, hasta que empiece a luchar más contra esas negatividades.
Seguro que os habéis topado con alguien que os dice “pero alegra esa cara” o cualquier frase con la intención de animarte bruscamente. Bueno, no siempre uno puede estar feliz, o simplemente estar sonriendo, yo siempre he pensado que la sonrisa se tiene que aprovechar en todo momento, malo y bueno, y tiene que accionar naturalmente, pero cuando me fijo en ellas, es decir, las de la gente, y veo sonrisas forzadas me desmorono. Me enloquece ver en una película las reacciones faciales, y las de Laia Costa (Irene) me han hecho sonreir a mi; sus diferentes sonrisas y el lloriqueo. Pues, por culpa de Irene,
tengo que decir que es una historia perfecta para ver tú solo/a, ni con tu mascota/s, y hacer una pequeña reflexión sobre la soledad y si es necesario combatirla hasta conseguir su amistad, igual que hace Irene.
Estoy muy encaprichado con las escenas mudas o planos secuencias sin diálogo, no sé cómo llamar a esos tipos de escenas, pero creo que me entendéis, y aquí he podido ver muchas de ellas que me han parecido perfectas, en todo momento te hacían sentir cosas abrumadoras y a la vez palpitantes con una cinematografía gustosa al igual que los espacios. Y el paisaje siempre es algo que llama mucho la atención, me enamoro y tengo celos de no poder contemplarlos todos.
Y esta historia, como muchas otras que no voy a citar ahora, te obliga a aceptar que puedes crear una historia sencilla y convertirla en acogedora desde el principio hasta el final, reflexiva y de amor materno a más no poder.