Si crees que ya lo has visto todo en el cine de terror, permíteme decirte que no sabes una mierda hasta que ves Smile 2. Esta película no es solo terror; es un puñetazo en la cara, una de esas obras que te arrastran al suelo y te patean mientras estás tirado, cuestionándote por qué sigues respirando. Es cine, pero también es la peor resaca emocional que puedas imaginar.
Naomi Scott, déjame decirlo claro, está que se sale. Interpreta a Skye Riley, esta estrella del pop que es básicamente un espejo roto del mundo del espectáculo. ¿Sabes esa sensación de que todo lo que ves en Instagram es falso? Pues aquí está multiplicado por un millón. Skye está atrapada en esta espiral de mierda de éxito y autodestrucción, y lo que hace Scott es casi sobrenatural. Te crees cada segundo de su miedo, su dolor y su locura. Es como si te arrancaran el alma y te la metieran en una batidora.
El guion es una maravilla. Smile 2 toma el concepto de maldición de la primera y lo lleva a un lugar más personal, más jodido. Es como si Parker Finn hubiese dicho: "Ok, ¿qué pasa si mezclamos el horror clásico con la decadencia contemporánea y un poco de nihilismo?" El resultado es una historia que no solo da miedo, sino que te destroza emocionalmente. Las sonrisas inquietantes están de vuelta, pero aquí no son solo trucos de miedo; son un recordatorio constante de que todos llevamos una máscara, y detrás de ella hay puro vacío.
Y la estética... dios, la estética. Es todo tan bonito y tan feo al mismo tiempo. Cada plano está tan cuidado que parece una pintura, pero una que huele a vómito y cigarrillos apagados. Las luces de neón, los escenarios de conciertos llenos de sudor y desesperación, los momentos de calma que explotan en pura angustia... es como si quisieran asegurarse de que no vuelvas a dormir bien.
Luego está Ray Nicholson, que parece sacado de las peores pesadillas de su padre. Es un homenaje, pero también un desafío, como si te mirara desde la pantalla y te dijera: "Sí, soy un puto desequilibrado, ¿y qué?". Su papel añade un toque de caos absoluto, ese tipo de energía que te hace pensar que alguien va a morir en cualquier momento.
Por último, hay que hablar de la campaña publicitaria. Qué genios. Han llevado el terror más allá de la pantalla, metiéndolo en nuestras vidas. Ver a gente con esas sonrisas psicóticas en la calle o descubrir que Skye Riley tiene un maldito álbum ficticio es un nivel de inmersión que no esperabas, pero que agradeces con el alma rota.
Es un recordatorio de lo jodido que está todo, de lo lejos que estamos de cualquier tipo de redención, y de lo mucho que amamos ver el desastre desde la comodidad de nuestro asiento. Una obra maestra absoluta.
Si no te gusta, el problema no es la película. El problema eres tú.