Con un título sacado de la letra de un canción “Chattanooga Choo-Choo”, Ruta 29 es la película más rara y atípica del controvertido realizador Nicolas Roeg. La protagonista es Linda Henry, una mujer desequilibrada que vive junto a su marido Henry Henry, un cirujano obsesionado por las maquetas de trenes y con tendencias masoquistas fetichistas. Linda ahoga su triste vida en el alcohol hasta que llega a la ciudad Martin (Gary Oldman), un joven extraño que al que conoce en una hamburguesería y que la retrotae al pasado para cambiar su vida para siempre jamás. Cuando Linda tenía dieciséis años fue violada y como fruto, tuvo un hijo al que dio en adopción. Para Linda, Martin, es una mezcla del hombre que la forzó pero con la edad del hijo que tuvo, cosa que provocará una caída libre en su descenso hacia la locura.
Una película difícil de catalogar, muy arriesgada, polémica y muy experimental. Donde se realiza un histriónico ejercicio que lleva las actuaciones y los fetiches de nuestros personajes al extremo. Y es que fundamentalmente la obra es eso. Un Christopher Lloyd aburrido e insulso, que no aporta ya emoción ni sentimientos a su matrimonio, todo es tan monótono e impersonal, pero mientras, lleva una relación con una enfermera con tendencias masoquistas.
Ella por otro lado, cansada del tedio y con ganas de ser madre sin ser correspondida por su marido. Hasta que conoce a Gary Oldman, la imagen que representa todos sus antiguos traumas, su insatisfacción sexual y a la vez también esas ganas mezcladas con miedo y arrepentimiento de ser madre. Igual que en 'Yerma' de Lorca, símbolo de la maternidad frustrada; ama un hijo que no ha existido, que no existe y que jamás existirá.
El sexo en este caso puede ser algo liberador, un deseo casi fantasioso que te llene los sentidos. Para él es algo que surge de lo morboso, de esa perversidad y también de ese riesgo de hacerlo en el trabajo. Para ella será como un fruto prohibido, el romanticismo que él no otorga lo sumará ella, visto como algo traumatico, poco a poco se liberará de estas cadenas, añadirá emoción a su vida y romperá un poco con ese tedio que la marchita. Y a su vez, y esto es lo turbio del film, mitigará esas ganas de ser madre e irá superando ese traumatico momento donde tuvo que dar a su bebé, con Gary Oldman, quien se comporta como un niño que por haber sido apartado de su madre, nunca pudo disfrutar de su infancia, de una familia o de amor incondicional. Así que ahora quiere vivirlo, quiere disfrutar lo que una vez le quitaron y que su madre cuide de él.
A su vez la imagen de Gary Oldman como un hombre atractivo, inteligente, carismático y refinado no es más que una proyección de los deseos de ella de terminar con su culpabilidad. Todo lo que plasma en Gary Oldman es lo que ella espera que sea el hijo que le arrebataron, ya que en cierto modo, el saber que pese a todo su hijo salió bien, la reconforta en el fondo. Es decir, ella se lo imagina así para no sentirse culpable con la idea de que además de haber sido apartado de ella, exista la posibilidad de que ese niño ahora sea un delincuente sin futuro.
Sin duda una película con unas lecturas un tanto más complejas de las que a simple vista parece que se podrían sacar. Con elementos de montaje como ese ritmo acelerado, los picados o esos primeros planos que la hacen una ácida comedia con tintes dramáticos, que se sostiene sobre todo gracias a un tremendo Gary Oldman, muy desatado e histriónico, regalando un papel súper difícil.