Actualmente hay millones de los llamados deepfakes en Internet, y el 90 por ciento de ellos son pornografía no autorizada: audio, vídeo o imágenes creados por IA y casi indistinguibles de los auténticos. En este relato de una víctima de esta práctica, seguimos a Taylor: que descubre que circulan vídeos pornográficos utilizando su cara y su identidad. Como la policía apenas responde, la estudiante de ingeniería, con la ayuda de un experto y de una compañera, se pone ella misma a investigar. Así, descubre un mundo de grupos de chat misóginos, en los que hombres y niños se dan consejos y encargos para poner en su sitio y silenciar a mujeres y niñas. Mientras tanto, la legislación no se ajusta a la realidad y las víctimas callan por vergüenza, mientras el material falso no sólo afecta a su bienestar mental, sino también a sus oportunidades profesionales.