¿Saben aquell que diu que un hombre entra en una panadería y le dice al panadero: "¡Deme una barra de pan!". Y el panadero le responde: "¿Blanca o integral?". Y el hombre contesta: "¡Da igual, es para tirársela a mi suegra!"?
La época que era, jodida y poco brillante, escasa de sonrisas que después tienen que transformarse en risas, carcajadas, y lo mejor de esa felicidad son las contagiosas. Esas eran las que provocaba Eugenio (y las adoraba, tanto que las quería en primera fila) desde su más seriedad, también sarcástica. Todo con una intención exótica, bella y no muy frecuente allí, el hacer reír, en un bar, dónde toman algo, experimentando lo que ese grupo de amigos hacen a menudo, demasiados momentos repetitivos y aburridos comparten con el mismo objetivo de un bar aunque la esencia y sentimiento de ese plan permanecerá nostálgica y agradable, además añadiéndole por una noche un Eugenio que entretenía, y sacaba de la zona de confort a esos colegas haciendo de esa noche una memorable y conmovedora, como una entrada al paraíso.
David trueba no sólo trata en la historia a Eugenio, sino que tenemos a la culpable de su agonizante, para él, fama: Conchita, su mujer, la única que lo conocía, lo entendía, lo sentía. Formando una historia de amor y una familia (cuyos hijos lo amaban y lo conocían más que él mismo) entre ellos dos. Desde cantar juntos en antros, con un éxito poco reconocido, hasta que una noche Eugenio tuvo que actuar solo, ese fue el momento de sacar a la luz su excéntrico don, del mismo nivel que Martes y Trece, y Gila, entre varios más.
Todo está contado de una manera sobria, sutil y estupenda. Trueba y Verdaguer lo hacen emocionante y vívido. Algo muy importante en Eugenio era el estado de ánimo, cada vez que salía ahí, a hacer reír, para él era aterrador. Y por eso los sentimientos forman gran parte de la narración de Saben Aquell, trasladados a la pantalla de manera creíble y empática. Es un guion memorable. Y lo he tomado con cierta melancolía y eso me conmueve más.
Aunque la película se acabe antes del desastroso bajón de Eugenio, que es una buena forma de acabar una historia centrada en el amor, la aparición de un don y su arte, y el final de su amada, no me disgustaba la idea de conocer en la gran pantalla esa mala época, que podría haber resemantizado totalmente la película. Repito: no me disgustaba. David Verdaguer y Carolina Yuste, dos personas perfectas para Eugenio y Conchita, no decepcionan, alegran. Conmueven. Ahora merecedores de premios y de la esencia de estos grandes e históricos personajes. Gracias.
-RICHIE VALERO