El realizador Gerardo Vera, en directa colaboración con la actual ministra de cultura (González-Sinde), nos ofrecen una arriesgada obra con resultados muy notables, sensiblemente superiores a los inicialmente previstos, pues el tema abordado invita a caer en las redes tejidas con tópicos y soluciones sentimentales muy frecuentadas, demasiado por desgracia, y esto por la carga de angustia e incomprensión, a veces incluso de intolerancia, que su exposición suele conllevar.
Un drama sobrio, con aspereza de yesca, magníficamente interpretado por unos actores que se visten, nunca mejor dicho, con las conflictivas pieles de sus complejos personajes, y que logra sortear con éxito la impostura de los roles consiguiendo transmitir emoción y reflexión mediante un veraz equilibrio, acertadamente proporcionado, entre la indagación más intimista y las nefastas consecuencias que arrastra una subjetividad quebrada.