Siempre nos quedará el simulacro
por Diana AlbizuNo se puede reprochar a Steven Soderbergh que, a la hora de adaptar la novela 'El buen alemán', de Joseph Kanon, decidiera que la ambientación en la Berlín del fin de la Segunda Guerra Mundial se contagiara al lenguaje formal y la técnica de la película. Es una propuesta que, si bien no resulta del todo original, añade sorprendentes puntos de interés filme, comprobando cómo replica los modos de planificación, rodaje y edición del film noir que se hacía a finales de la década de los 40 en el sistema de estudios de Hollywood. Y, sin embargo, ese es también el principal problema.
Como se le suele reprochar de forma habitual a Soderbergh, aquí el cineasta parece una vez más demasiado absorto en su jugueteo formal (casi un gimmick ya desde el mismo póster, que calca la composición del de 'Casablanca' anticipando el subrayado guiño final) y en la reproducción de los códigos visuales de (cierto) cine clásico que el resto de aspectos más emocionales (o, si se prefiere, humanos) de la película le dan lo mismo. Nada que objetar a la epidérmica trama detectivesca en sí o a lo artificioso de la ambientación (la recurrente atmósfera de estudio no es un problema per se), pero muchas veces da la sensación de que a Soderbergh le divierte más fingir que se salta las restricciones del Código Hays que prestar atención a la construcción de los personajes. Por no hablar de la desafortunada ocurrencia de dar el papel protagonista a George Clooney, cuyo rostro en todo momento parece el de un viajero temporal que ha aterrizado en 1945 desde, en efecto, 2006.
A favor: El planteamiento estético y conceptual detrás de la película.
En contra: Su plasmación.