"El Cochecito" es una interesante y radical mezcla de comedia satírica, un retrato certero y audaz de una sociedad moralmente cuestionable, la mirada descarnada al desprecio y vejación de los ancianos, dirigida por Marco Ferreri y protagonizada por José Isbert. Don Anselmo (Pepe Isbert) es un jubilado que, por envidia, empieza a codiciar un pequeño vehículo a motor que comienzan a usar algunos de sus amigos. El problema está en que dicho vehículo a motor solamente puede ser usado por personas con alguna discapacidad. Y Don Anselmo todavía es capaz de andar sin ningún tipo de ayuda. Ese será el dilema del film, la inquebrantable insistencia de Don Anselmo en conseguir el vehículo, como sea, aunque realmente no lo necesite. También es cierto, que sus amigos motorizados se envanecen y comienzan a dejarle de lado en algunos planes, aumentando la sensación de envidia. Desde el principio vemos como la puesta en escena es, eminentemente deudora del neorrealismo. Probablemente debido a las ideas cinematográficas que se trajera de Italia Marco Ferreri. El resultado es una factura cotidiana y castiza que sirve como postal del Madrid de los primeros sesenta. Se recogen algunos lugares muy clásicos, desde el Cementerio de la Almudena a los arrabales, establecimientos y casas típicas del momento. Cabe decir, no obstante, que el cine español ya había flirteado con el neorrealismo en varias ocasiones.
La cinta muestra varias aristas incómodas de la España del momento. El mayor antagonismo lo encontrará Don Anselmo en la figura de su hijo Carlos (Pedro Porcel), un abogado con el despacho sito en la propia vivienda familiar. Entre los componentes de su familia reconoceremos a algunos rostros históricos del cine español, como una joven Chus Lampreave o María Luisa Ponte. José Luis López Vázquez tambièn rondará mucho como pasante del hijo. La familia, y como decíamos particularmente su hijo Carlos, se opondrá taxativamente a que Don Anselmo se compre el cochecito. Lo ven como un dispendio, banal e innecesario. Sin embargo, Don Anselmo porfiará incansablemente para conseguir el vehículo, dando lugar a una desconcertante serie de engaños, equívocos y enfrentamientos. Según la oficialidad franquista este tipo de situaciones simple y llanamente no se daban. Las familias eran, de arriba a abajo, una balsa de aceite y un pilar santificador de aquella España. Azcona y Ferreri, nos dan una visión bien distinta. Sencillamente reflejan, de una manera inteligentemente grotesca, un panorama donde de puertas para adentro no todo es felicidad. Resulta interesante ver la estructura de la propia casa familiar, angosta y laberíntica hasta el agobio, salvo el despacho del hijo. La arquitectura como termómetro de las relaciones entre todos los miembros de la familia.
Otro punto crítico que el film señala directamente es, el del egoísmo. De hecho es un punto esencial, porque es un factor que no deja al espectador tomar una posición cómoda. No tiene ningún personaje entrañable al que asirse, ni siquiera Don Anselmo. Él actúa movido por el capricho pertinaz de comprar el cochecito y no para en mientes para conseguirlo, siendo capaz de pasar por encima de cualquiera. Egoísta es también su hijo Carlos, quien tiene el suficiente dinero para comprar el vehículo a su padre sin pasar apreturas. Además, las maneras que usa son desabridas y desagradables. También es egoísta el dueño de la tienda de ortopedia, Don Hilario (Antonio Gavilán), que trata de encasquetar a Don Anselmo el cochecito a toda costa. Incluso sirviéndose de malas artes, como una falsaria exploración médica. Para completar el cuadro tenemos a los amigos de Don Anselmo que ya han conseguido el cochecito. Desde ese justo momento lo dejarán de lado en sus planes. De este modo, la película pone el dedo en la llaga del egoísmo y la envidia como males endémicos y autóctonos. Todas estas actitudes vienen refrendadas por unas grandes actuaciones, donde destaca Pepe Isbert. Aporta a Don Anselmo un rango de actitudes que van de la inicial bonhomía al patetismo trágico. No obstante, el final del filme sufrió los rigores de la censura franquista hasta el punto de desvirtuar la trama en general y al personaje de Don Anselmo en particular. Como bien puede imaginarse, la idea original de Azcona y Ferreri era mucho más negra, incómoda y vitriólica.
Las actuaciones son genuinas y remarcables, con interpretaciones inolvidables y certeras. Los actores están todos sensacionales, pero quien brilla en todo su esplendor es, Pepe Isbert, uno de los más grandes secundarios que ha dado el cine español, aunque en algunas películas como ésta, fuese el protagonista principal. En uno de sus legendarios papeles como Don Anselmo, Isbert destila humanidad por todos los lados, y es absolutamente imposible no querer a ese simpático, triste y cabezón anciano, obsesionado hasta límites insospechados con su nuevo jueguecito. A su lado, y en papeles más secundarios, tenemos a José Luis López Vázquez encarnando a Alvarito, el cual parece que lleva en esto del cine desde el principio de los tiempos, y a una joven Chus Lampreave en la piel de Yolanda, muy distinta, lógicamente, a lo que décadas después nos acostumbró. El resto del reparto, lo completarían Pedro Porcel, María Luisa Ponte y Antonio Riquelme, entre otros. Para los cuales emplea unos vestuarios modestos y elegantes que son apropiados en una oportuna dirección artística que junto con los decorados, te transportan al momento y lugares en cuestión.
En definitiva, una interesante y radical mezcla de comedia satírica, tragedia grotesca y neorrealismo castizo. Fábula social, retrato mordaz y lúcido de la sociedad subdesarrollada de finales de los años 50 en la España de Franco. El venenoso guión de Azcona y Ferreri consigue, ahora en su máxima expresión, que se nos hiele la sonrisa y nos adentremos en una insólita negrura. El montaje original nos acerca mejor a la incómoda visión que se pretendía conseguir, y que encuentra en la interpretación de Pepe Isbert a un poderoso aliado.
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