En toda la historia del cine siempre ha existido el “hábil varón” buscando retratar el amor, sea por el arte, el mismo amor o el minimalismo, pero aquí, de camino a Viena, nuestro querido cineasta plantea un romanticismo poco ortodoxo en la actualidad, y que nos llena de eso tan imposible: enamorarse en un vagón de la femme parisina.
En un pequeño “zoom in” vemos el potencial de éste enamoramiento, es tan fácil desvelarlo, sus miradas y la cámara hacen la magia que sucede tan momentánea en la realidad: el lecho, la sala, el parque, la manzana..., todo tan pronto nos dicen sus miradas.
Y la “odisea" para la gente conservadora da inicio, para otros –los liberales– el camino ha “j...r” sólo empieza. Las miradas se transmiten mensajes mientras la razón, anteponiéndose a un abrupto corazón abierto, se expone: el amor es para tontos, “no lo sé”, “quiero ser papá”, “mis padres me prohibieron esto”; los miedos y las expectativas saltan en la flor que parecen sentir, los dos están atraídos, ella pensando en el amor, él, absorto por su belleza, cayendo en la “natura correcta”.
El film, siempre sincero a una realidad atípica para los que sueñan con un amor idealizado, toca la fibra más profunda, hay conversaciones reales sobre lo que significa amar, y que hombres y mujeres estamos lastimados por el pasado, llenos de clichés de los que solemos “huir", pero en los cuales caemos como presas de abstenernos a sentir, a ceder a los besos o en el caso matinal, de sentir que no somos nada sin el otro, la amamos: ella lo es todo.