"El Incinerador De Cadáveres" es un interesante y sorprendente drama psicológico, considerado clásico de culto y contundente ejemplo de la Nueva Ola Checoslovaca (60s - 70s), dirigido por Juraj Herz y protagonizado por Rudolf Hrusinsky.
Karel Kopfrkingl es el encargado de un importante crematorio en la Praga de los años 30s, que tiene una existencia aparentemente ordenada y ejemplar. Sin embargo, todo cambiará cuando uno de sus amigos le insista sobre la conveniencia de abrazar el nazismo, lo que lo llevará a cuestionar sus principios y, al mismo tiempo, desencadenar su carácter. La Nueva Ola Checoslovaca fue un movimiento cinematográfico vanguardista que surgió en la antigua Checoslovaquia durante la década de los 60s y principios de los 70s, en donde sus exponentes mostrarían una tendencia a romper con las pautas del realismo socialista, utilizando la ironía y la sátira como recursos narrativos que combinados acertadamente con lo absurdo, privilegiaban la creación de situaciones kafkianas, como el conflicto entre padres e hijos, la brutalidad física y psicológica, la alienación y enajenación, entre otros. El punto culmine de este movimiento se concretaría en 1966, cuando el cine checoslovaco lograra 26 premios internacionales para sus largometrajes y 41 para cortometrajes, y entre sus vanguardistas y talentosos directores, encontraríamos al futuro doble ganador del Oscar Miloš Forman, Věra Chytilová, Jiří Menzel, Jaromil Jireš, Juraj Jakubisko y Juraj Herz. No obstante, este maravilloso movimiento artístico, dentro de la llamada Primavera de Praga (5 de enero a 20 de agosto de 1968) tendría un abrupto final con la invasión de la URSS y sus aliados del Pacto de Varsovia, acción belicista que supondría además la declaración ilegal de varios de sus directores de cine y el exilio en muchos casos.
"Spalovač mrtvol" (1969), que se traduce como "El Incinerador De Cadáveres", surge precisamente en este convulsionado momento político y social, y no es de extrañar que terminara siendo prohibida en Checoslovaquia tras su premiere y recien vuelta a proyectar tras la caída del regimen comunista en 1989. Juraj Herz, su ideólogo y director siempre se había mostrado asiduo a retratar historias fantasiosas y de terror, enfocadas principalmente en el aspecto psicológico, a diferencia del elocuente terror occidental, de un personaje común y corriente, que evoluciona (o involuciona) hacia una clase de monstruo social. El guión escrito por el propio Herz y Ladislav Fuks ahonda precisamente en esta clase de monstruo social, a partir de un hombre ordinario como cualquiera, pero que tiene una particular y distorsionada obsesión con la cremación y la muerte. Kopfringl es un hombre ordenado y pulcro tanto en su ambiente familiar como laboral, siendo su filosofía de vida aliviar del sufrimiento de la descomposición física y limbo espiritual a las personas, que impide que sus almas accedan rápidamente a la reencarnación. Es más, se ve a sí mismo como un mediador que permite a los muertos abandonar lo mundano y acceder a la espiritualidad, por medio de su trabajo como cremador. No es de extrañar, entonces, que se sienta fuertemente atraído por la cultura tibetana. Sin embargo, detrás de toda esa apariencia ordenada y profundamente espiritual de Kopfringl como esposo y padre de familia y empleado modelo, no sólo tenemos a un hipócrita que frecuenta próstibulos de vez en cuando y que tiene una estima muy baja en realidad de su esposa e hijos, sino a un prospecto de simpatizante nazi que termina por ceder a la influencia de un antiguo amigo y compañero de armas de la I Guerra Mundial, quien lo conmina a privilegiar su hipotética sangre alemana y deshacerse de su esposa de sangre judía, de quien llegará a sospechar que desea aprovecharse de su negocio.
La figura del "Incinerador de cadáveres", en consecuencia, es la forma en que Herz plantea la metáfora de la psique totalitaria, egocéntrica y paranoica de un hombre que requiere sólo de la excusa perfecta para cumplir con los nuevos objetivos que se ha trazado (o quizás los verdaderos objetivos, desde el principio). Así, lo que comienza como una narración con tintes de humor negro, con un obsesionado cremador y su cruzada espiritual, paulatinamente se convertirá en una sátira de terror psicológico que recrea el arqueotípico de contexto kafkiano, el sujeto alienado y enajenado por su entorno, en este caso, la proximidad del nazismo y su influjo en la sociedad checoslovaca de ascendencia alemana. Además, el hecho de que no haga directa referencia al contexto histórico de su rodaje, a fines de la Checoslovaquia de a fines los 60s, es otro reflejo de su logrado intento por romper con el realismo socialista de entonces, obviando absurdamente la reciente ruptura de la burbuja que supuso la "Primavera de Praga" a manos de la URSS y su bloque comunista. Además de su compleja e interesante perspectiva narrativa, la cinta se destaca por sus aspectos técnicos formales, que recuerdan indudablemente al Expresionismo Alemán de los 10s y 20s. En ese sentido, destaca indudablemente el gran trabajo del fotógrafo Stanislav Milota con un impecable blanco y negro para resaltar su estética oscura y gótica, la insistencia en los primeros planos al protagónico y la exposición de formas oníricas que suponen nuevamente (y como se repite una y otra vez en el movimiento) una ruptura con la realidad imperante, por medio de una ambientación enrarecida y asfixiante. Otros aspectos interesantes de la cinta, son su montaje, a cargo de Jaromír Janácek, que decididamente le confiere un caracter surrealista al film, en especial en los monólogos de Karel Kopfringl. Y la selección de su banda sonora, conformada por música clásica y ópera, a cargo de Zdenek Liska, un efectivo aliciente a la hora de construir este mundo terrorífico y surrealista que Kopfringl ha construido dentro y fuera de su propia y retorcida psique.
Las actuaciones son correctas, no hay exageración al decir que el enorme Rudolf Hrušínský carga extraordinaria y brillantemente el peso interpretativo del film. El actor checoslovaco está realmente soberbio con la personificación del obsesivo y demente Kopfringl, mostrando una pulcritud y consistencia verbal que bien podría decirse que resulta tan creíble como fascinante, sintiéndose tan cómodo como amo y señor de este verdadero recital interpretativo. Desde sus increíbles monólogos, su impertérrito semblante tanto en sus actividades mundanas del día a día como su ceremonial trabajo en el crematorio, y su obsesivo acto de usar el mismo peine para acomodar el cabello de los muertos y el propio, Hrušínský se muestra cómodo y dueño y señor absoluto de la pantalla. El reparto lo completan la actriz Vlasta Chramostová quien encarna a Lakmé, esposa de Karel, el epítome de la mujer sumisa con una ausencia absoluta de diálogos. Los jóvenes Jana Stehnová y Milos Vognic como Zina y Mili, los hijos del matrimonio Kopfringl. Míla Myslíková y Vladimír Mensík encarnaron a la pareja simpatizante nazi que convence a Kopfringl. Jirí Lír es el Dr. Strauss. Y para finalizar, Jirí Menzel como Dvořák, el nuevo ayudante del crematorio.
En definitiva, interesante y sorprendente drama psicológico, considerado clásico de culto. Una sólida y contundente radiografía psicológica de la locura y una más que correcta crítica a las ideologías totalitarias y su alienación casi cotidiana con los ciudadanos más corrientes en circunstancias de lo más comunes. Abarca tanto de una manera tan limpia, con temas tratados desde una perspectiva tan creativa e innovadora que resulta extremadamente gratificante. Un viaje casi onírico, una elegía cruelmente burlona que se hace imprescindible, donde Juraj Herz planta una bandera negra izada por el hipócrita vaivén de sus compatriotas hacia una doctrina basada en fuego y muerte que incineró los sueños de la Praga de los años 30s.
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