La guerra como juego de niños
por Daniel de PartearroyoCasi desde el mismo momento de publicación de la novela "El juego de Ender" en 1985, que el escritor de ciencia-ficción Orson Scott Card desarrolló a partir de un relato homónimo de 1977, Hollywood demostró interés por adaptarla. Su historia sencilla, pero muy alegórica y sugerente, en la que un niño de 10 años de nombre Ender es entrenado en una escuela militar para convertirse en el comandante de la Humanidad en la guerra a muerte contra los alienígenas, era un material muy goloso para un gran espectáculo cinematográfico que no dejaba de funcionar como historia de formación y fábula antibélica disfrazada de apología castrista. El libro original no ocultaba ninguno de sus paralelismos con la Guerra Fría y, varias décadas después, la evolución del complejo industrial-militar ha hecho que el estreno de la película coincida con la polémica mediática sobre los drones (aviones militares no pilotados) utilizados por el ejército de EE UU. Manejando sus acciones en Afganistán, Yemen o Paquistán a distancia, desde cualquier base militar en territorio estadounidense, los "pilotos" de drones actuales no se diferencian mucho de los niños-soldado de 'El juego de Ender', formados para la guerra con videojuegos y simulaciones que distancian la empatía, generan automatismos musculares y neuronales y tienen efecto en la guerra real, la de la sangre y la muerte.
Esa afortunada casualidad temporal beneficia a la lectura que el director y guionista Gavin Hood ('X-Men orígenes: Lobezno') ha hecho del libro de Card, pero no se superpone al interés del cineasta por acentuar los elementos del relato de formación juvenil sobre las alegorías bélicas. Porque lo primero que sorprende es que Hood haya hecho una adaptación completamente personal del libro, tomando decisiones muy conscientes al desechar una notable cantidad de material de gran importancia en la novela (y es una verdadera pena que nos hayamos quedado sin todos los tejemanejes políticos que llevan a cabo en la Tierra los hermanos de Ender bajo las identidades de Locke y Demóstenes mientras él se entrena en la escuela espacial) para centrar todavía más la atención en el protagonista que da nombre al filme y las relaciones que construye con sus compañeros de academia, todos peones en proceso de conversión en piezas más importantes para un ajedrez galáctico que ni pueden percibir pero condiciona cada una de sus respiraciones. Ender es Asa Butterfield, a quien vimos angelical en 'La invención de Hugo' (Martin Scorsese, 2011) y aquí hiela con la frialdad de su mirada (aparte del evidente estirón que ha pegado, claro). No es el único, pues otras jóvenes estrellas-promesa del cine actual, como Hailee Steinfeld o Abigail Breslin también parecen dirigidas para demostrar la absoluta pérdida de inocencia infantil de una generación de terrícolas criada para la guerra por altos cargos militares adultos (Harrison Ford, Ben Kingsley, Viola Davis), implacables en su visión instrumental (y desesperada) de los pequeños.
Cuando esa inquietante "desinfantilización" empapa la interacción entre los chavales protagonistas dentro de reflejos de situaciones que serían habituales en el cine de instituto (pasillos, comedor, vestuarios, competiciones deportivas...), haciendo que su comportamiento se parezca menos al de pre-adolescentes que al de funcionarios despersonalizados y de vuelta de todo, el filme de Hood cumple su propósito narrativo con mayor acierto. Aunque sea a costa de restar importancia a las batallas de entrenamiento en gravedad cero. Inesperadamente, la auténtica golosina visual del proyecto y médula espinal del libro sólo es abordada en un par de ocasiones; con efectos especiales competentes y violines de Steve Jablonksy dando ímpetu, pero con clara sensación general de trámite. Eligiendo psicología de personajes y aventura juvenil por encima de espectacularidad visual, hay que reconocer que Hood no ha tomado el camino evidente y eso consigue honrar una adaptación parcial, pero con interpretaciones muy medidas y una idea clara de hacia dónde les gustaría a los responsables llevar futuras entregas de la saga.
A favor: La partitura de Steve Jablonsky, que este año está en racha después de 'Dolor y dinero'.
En contra: La simplificación y, sobre todo, aceleración temporal de la historia (los varios años del libro se concentran en un único curso escolar) no dejan sedimentar el efecto de las experiencias traumáticas del protagonista.