El carnaval de las bestias
por Suso AiraCuesta poco imaginar la razón por la cual el todopoderoso Steven Spielberg, el John Hammond del cine espectáculo, se dirigió a Colin Trevorrow para que abriera al público (esta vez sí, hablando en términos de la historia que narra) ese Parque Jurásico que llevaba años cerrado. Spielberg no podía menos que reconocerse en esa miniatura de ciencia ficción que fuera Seguridad no garantizada, un ejercicio de género sin apenas presupuesto pero repleto de ideas tanto de guión como de realización. Todavía quedaba pues en el director de El mundo perdido (la muy defendible, harryhauseniana y Toho secuela del Jurassic Park de 1993) algo de aquel bisoño realizador que con apenas un coche y un camión (un hombre y un monstruo más peligroso que un velociraptor) logró una maravilla como El diablo sobre ruedas (1971).
Trevorrow se ha encontrado ahora con todo el dinero del mundo, con los mejores profesionales del medio (en especial los de los efectos digitales), en una major como la Universal… pero ha conseguido en esta cuarta entrega, al nivel de las dos primeras (y ojo: la tercera de Joe Johnston no deja de ser un divertimento agradable), ser fiel a su condición de autor personal que sigue siendo capaz de extraer más emoción y suspense de los más mínimos personajes y un único escenario (véase el momento de Chris Pratt y Omar Sy acosados). Superproducción de detalles, de muchos guiños a las monster movies 50s y al propio Spielberg (Tiburón y el sheriff Brody no andan muy lejos de ese heraldo del desastre que es el personaje de Pratt), Jurassic World no escatima secuencias espectaculares (el caos en el recinto, la doble caza humano-animal del híbrido) y una agradecida (con aplausos incluidos) capacidad de dar lo que toda secuela debe dar (más dinosaurios, más persecuciones, más muertes, más diversión…), siendo lo más parecido y disfrutable a un blockbuster familiar de primera categoría presto a reactivar de nuevo la dinomanía… y la franquicia (el film deja varios frentes y apuntes sabrosones para continuaciones, spin offs y demás gozadas).
Pero lo que tiene de especial, más allá de su robustez como gran película-acontecimiento, y que uno piensa que podría haber sido el tono general del film (aunque uno también es consciente de que tanto Universal como Spielberg a la postre querían un producto comercial sin fisuras), es esa otra película de serie B (el villano que borda Vincent D’Onofrio es una joya a lo Lionel Atwill o Cameron Mitchell) que se esconde dentro de una serie A. No sólo son esos momentos intimistas, casi de pieza de cámara de la película que remiten al bélico de Sam Fuller, a la ciencia ficción de los 50 con las peroratas de B. D. Wong o el delicioso tono de un hawksiano Hatari! Con tiranosaurios Rex y demás parentela (el rollo entre Pratt y Sy es Howard Hawks puro), sino el que Jurassic World parece concebida (en parte) como aquella otra secuela de un Michael Crichton (el papi literario de Parque Jurásico), Almas de metal, que fuera la excelente y poco apreciada Mundo futuro. Jurassic World es un peliculón cuando juega a ser el Mundo futuro de Jurassic Park, y un muy buen rompetaquillas cuando resetea el film de Steven Spielberg para el nuevo público del siglo XXI (y los nostálgicos del de 1993).
A favor: cuando juega a ser un Duel dinosaurio, a ser una peli de Spielberg de los 70.
En contra: las ideas preestablecidas del blockbuster acaban devorando sus ideas originales.