La imagen del pasado
por Carlos Losilla¿Una celebración del cine? ¿Un melodrama a la italiana? ¿Una desopilante mezcla de Homero, Proust y la novela sentimental? Todo eso y mucho más es Cinema Paradiso, aquella película que a finales de los 80 supuso la consagración de Giuseppe Tornatore y la implantación de un cierto cine de arte y ensayo popular que, con los años, se ha convertido en mayoritario. A medio camino entre Dino Risi y Bernardo Bertolucci, no hay que buscar en ella grandes discursos sobre la muerte del celuloide (un tema que, sin embargo, supo intuir con impecable sentido del espectáculo), sino más bien la continuidad de una cierta tradición del cine italiano que desemboca aquí en ríos de lágrimas, pero también en un esplendor visual y dramático que reconvierte las intuiciones operísticas de El Gatopardo o Novecento en una saga épica a modo de folletín y viceversa.
¿Qué pensar, si no, de una película de alrededor de tres horas (según las versiones) que cuenta la historia de un niño fascinado por el proyeccionista del cine de su pueblo, hasta el punto de que sus posteriores relaciones con las mujeres no lograrán borrar ese recuerdo de infancia? Por un lado, Totò (Salvatore Cascio/Jacques Perrin)) es un director de cine atormentado que añora su niñez en un pueblo de Sicilia, cuando el melancólico Alfredo (Philippe Noiret) le enseñó qué era ese arte de las imágenes en la humilde cabina de proyección del Nuovo Cinema Paradiso. Por otro, el adulto emocionalmente fracasado se enfrenta al niño que fue para poner en escena un retorno al pasado de las películas, desde un punto de vista tanto cinematográfico como sentimental, pues se trata de añorar no solo el goce colectivo de las grandes salas, sino también el modo narrativo que las hizo posibles.
Pues bien, ahí es donde Cinema Paradiso deja de ser un artefacto pensado para el llanto catártico y se convierte en un gran fresco sobre el propio pasado del cine italiano. En él convergen los secundarios de la gran comedia de los 50 y 60, las claves del melodrama rural e incluso el hálito revisionista del cine moderno para dar lugar a un puzle de gran imaginación visual y conceptual. Totò adulto se convierte entonces en el Ulises que quiere regresar a casa y solo encontrará las cenizas de su viejo mundo, como en una película de los hermanos Taviani, mientras las imágenes de ese paraíso perdido se recrean como si estuviéramos en el interior de una cápsula temporal que resucitara la gran tradición del pasado. Ficción dentro de una ficción que reconstruye otra ficción, Cinema Paradiso permanece todavía como la mejor película de Tornatore, luego obsesivamente dedicado a pulir esa estructura posmoderna de cajas chinas (el último ejemplo sería la apreciable La mejor oferta) sin alcanzar de nuevo el mágico punch conseguido en esta su segunda película.
A favor: el paso del tiempo, como en su propio argumento, ha situado sus propuestas en su justa perspectiva.
En contra: como Lo que el viento se llevó o Novecento, con las que tiene más de un punto de contacto, a veces los árboles no dejan ver el bosque.