Dulce libertad
por Marcos GandíaEn otras épocas, otros veranos, las carteleras de los cines españoles se dedicaban a reponer títulos más o menos clásicos, siempre una oportunidad de oro para refrescar al fresco de la refrigeración de una sala de exhibición la memoria cinéfila más popular. Todo eso ya pasó, pero de tanto en tanto regresan algunos films a las grandes pantallas, más en círculos de arte y ensayo o en locales donde la programación es de repertorio. El regreso, casi treinta años después (¡30 años!), de una película como El vuelo de la paloma resulta curioso. No es una de las comedias más populares de nuestro cine, tuvo una trayectoria comercial (premios Goya incluidos) normal, y se ha ido viendo regularmente por televisión. ¿Quién irá hoy al cine a verla? Es verdad que la distribuidora que la devuelve a la cartelera apostó por ella para homenajear, en el Festival que se auto regala en Barcelona cada primavera, a Ana Belén, y que la propia Academia del cine español eligió asimismo este trabajo firmado por José Luis García Sánchez como el más representativo de la actriz cuando le otorgó el premio honorífico en la pasada ceremonia de enero. Tal vez una de las razones para volver (o para descubrir; nunca se sabe) a este sainete (en el fondo muy, muy triste) con el cine dentro del cine como marco, sea el constatar que ha ganado con el paso del tiempo.
Lo escribo y afirmo desde mi experiencia con El vuelo de la paloma: vista en su estreno me pareció correcta, pero poco más que una revisitación de El jeque blanco de Federico Fellini a la medida de la comedia madrileña del momento. Y sí, sigue siendo eso, el sueño de una ama de casa insatisfecha y explotada por todos (ese marido inútil interpretado por José Sacristán, ese pretendiente pescadero engorroso que borda Juan Echanove o el engolado, engreído actor al que hace genial José Luis Galiardo), que halla en el mundo del cine que llega bajo su ventana con un rodaje (parodia de las producciones guerra civil española que tanto se criticaban entonces… y que seguro que servirán para reírnos de lo que está perpetrando actualmente Alejandro Amenábar), una válvula de escape, de huir de la mediocridad, en un viaje a ninguna parte que no deja de ser patéticamente tragicómico. En nuevos visionados, he descubierto que me gusta más esa tristeza de plaza castiza que los chistes sobre la guerra civil (las conversaciones entre el asesor histórico de la película y ese anarquista al que da vida el enorme Manolo Huete) made in Azcona. Que lo que me enamora de El vuelo de la paloma, de la Paloma de Ana Belén, es que sea La hija de Ryan de la comedia ochentera nacional.