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    El niño "santófilo"

    por Covadonga G. Lahera

    Resulta bastante delirante escuchar en boca de un niño de siete años frases como: "Me gustan las vírgenes mártires". Es la composición de este personaje uno de los factores clave de Millones, el filme que dirigió Danny Boyle en 2004, ocho años después del éxito cosechado por Trainspotting, aquella especie de fábula surrealista sobre las drogas y sus estragos en una generación descreída y escapista. Millones conserva esa envoltura a caballo entre lo fantástico y lo onírico, así como su carácter fabulesco, con una subrayada moraleja final. Su protagonista, Damian (¿habrá sarcasmo tras el nombre?), es un fan del santoral, especialmente de aquellas santificadas por la Iglesia tras sufrir demenciales y sanguinolentos martirios. Junto a su hermano tendrá la fortuna de recibir millones de libras caídos del cielo –ya premisa narrativa de su debut en Tumba abierta– pocos días antes de la conversión a la nueva moneda comunitaria, el euro, y asistiremos al diferente uso que ambos le irán dando.

    Es curioso contraponer este filme con el popular arranque de Trainspotting que parecía cargarse con ironía la mecánica y deshumanización implícita en el sistema capitalista. La moraleja en Millones está más infantilizada, en fondo y forma, pero el filme juega con gracia a una efectiva puesta en escena de la imaginación de este estrambótico niño. En general logra entretener, aunque el final flojea bastante dado su mensaje blandengue y edulcorado, ensalzando un impostado hermanamiento universal en plan "we are the world, we are the children". ¿Andaría por ahí el germen "pornográfico" que desarrollaría Boyle en Slumdog Millionaire?

    A favor: La puesta en escena de la delirante imaginación de Damian, entre cajas y santos, y la gracia de las situaciones que su inocencia posibilita.

    En contra: Su final cursilón y naif, su demasiado obvia moraleja y los momentos más efectistas de montaje, tanto de imagen como de sonido.

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