Un presumible “Jurassic World” acuático que revitaliza la alianza cinematográfica China-Estado Unidos.
Sumergiéndose en aguas peligrosas, Warner Bros. y Gravity Pictures estrenan su último blockbuster para la temporada veraniega. Un monstruo prehistórico que está tragándose a bocados millones y millones de dólares a causa de tres factores claves: el primero, por supuesto, el imán que significa un tiburón gigante en cualquier cartelera del mundo; segundo, la “gran diversificación” de equipo y elenco en un producto que reluce, desde lejos, corpulencia americana, pero que, sin embargo, acorde a los registros, fue suficiente para el público asiático como para agasajarla con cifras abrumadoras; y por último, Jason Statham, quien reclama así su puesto de héroe de acción luego de patearle el trasero a cientos como “Deckard Shaw” de la franquicia “Furious” y “Rick Ford” de “Spy,” dos grandes personajes que lo forjan como una infalible estrella-gancho entre el público norteamericano. Aunando sabiamente las estrategias y promocionándolas con frescura y autenticidad a nivel mundial, no había duda de que se estaría cocinando un poderoso terremoto comercial, satisfaciendo los caprichos del espectador menos exigente con un mega-producto inequívocamente americano que nunca procura ir más allá de lo que es: un remate maestro para la temporada cinematográfica mas ostentosa y desprejuiciada del año, de apabullantes magnitudes visuales posibles gracias a un magnánimo trabajo de efectos visuales, con personajes imbuidos del suficiente carisma como para resarcir la inconsistencia argumental y la mareante rimbombancia narrativa que se agolpan contundentemente conforme avanza el metraje. Solo compra los snacks, repantígate en el asiento, pon el cerebro en modo off y entra en las malévolas fauces de esta B-movie de monstruos que boya sobra el cine del “gran” Michael Bay.
Erich Hoeber, Jon Hoeber— cercanos tanto familiar como profesionalmente—y Dean Georgaris, adaptando con libertad “Meg: A Novel of Deep Terror”, la primera de las novelas de ciencia ficción del escritor americano Steve Alten, presentan un guion desprovisto de cualquier ápice de cerebro. Abriendo con una introducción artificialmente efectiva, el material resulta medianamente convincente para los no conocedores, todo, claramente, hasta que la cordura desaparece y el espectáculo bombástico toma su lugar. Esta película es, sencillamente, un ejercicio de acción/aventuras de gran presupuesto de casi dos horas que pone a prueba tus ganas de pasar un grato rato, solo eso.
Las situaciones, desde luego, son exageradamente arriesgadas e inverosímiles, apretando al máximo el rango de construcción de personajes y contexto, así que, avanzados los primeros minutos, manos arriba, la diversión ha empezado. Llega a ser inútil analizar el guion de un blockbuster como este, en donde lo que prima es el entretenimiento simplemente ambicioso. Se pueden recoger mensajes animalistas y ambientales dentro de esta caótica amalgama, así como uno que otro dilema moral puesto sobre el personaje protagonista y un par de sintéticos cuestionamientos políticos que emergen para solo ser devorados por una gran ola. Sustancialmente, poco más que una descerebrada historia de supervivencia puede encontrarse aquí.
Como estrategia comercial, es un producto severamente aligerado con respecto a las novelas, canjeando tanques de sangre y escenas más crudas por secuencias edulcoradas y muertes cómicas que resultan tan frustrantes como divertidas. Con sus posters y único tráiler como fehacientes pruebas, gran parte de la historia se desarrolla con los personajes bien alejados del litoral, cuestión que los avances publicitarios solamente acarician y que destroza las esperanzas de una “Piranha 3-D” mastodóntica. La emocionante salvajada que se anuncia desde el inicio tiene lugar en el último cuarto del largometraje, salvajismo que transmuta rápidamente en gracilidad. Incluso de este modo funciona bastante bien la adaptación; sin embargo, deja, una vez más, descubierta la creciente tendencia de “engaño” que los estudios implantan para atraer a las masas dentro de su marketing, algo que esta vez, pese a dejar ahogar a muchos seguidores que soñaron con una versión R, les funcionó de maravilla. Está claro que van a nadar más deprisa, ¿listos para una nueva franquicia?
El Jonas Taylor de Statham tiene un diseño de héroe de acción inusual para el género de hoy en día, pues intentan aplicar bajo la regular lamina de rudeza y reciedumbre unas cuantas gotas de moralidad y psicología que brindan una insuficiente pero favorable sustancia a todo este relajo cinematográfico. No falta la heroicidad acostumbrada que le permite salir mínimamente herido de hazañas extra-humanas; sin embargo, lo más increíble del personaje es, tal como sus últimos dos mejores papeles, la capacidad de librarse, aunque sea por unos cuantos segundos, del prototipo. En suma, Taylor está a años luz de un Ethan Hunt, pero tampoco podría estar sentado al lado de un Mitch Buchannon de The Rock. Asimismo, Jason Statham maneja excelente la cinta. El actor se ha caracterizado por sacar adelante la mayoría de los proyectos en los que se involucra, así, su sola presencia hace que el espectador se mantenga expectante incluso si se sabe quién morirá y quién no. Asisten también los momentos clásicos de cinta de acción, one-liners hilarantes o gratuitas escenas sin camisa que componen un pop-corn como pocos.
En esta torta estratégicamente partida, China también se lleva una buena tajada y se llama Bingbing Li. Suyin, una madre soltera que no vacila en hacer lo impensable por la vida de sus compañeros, es la mezcla perfecta entre guerrera y damisela en apuros, adopta el rol de mujer autosuficiente con gusto e inyecta justo la dosis precisa de melodrama romántico. Compatible con el empoderamiento femenino y la diversidad crecientes en áreas de producción audiovisual americanas, es enorgullecedor ver dos filmes con actores principales extranjeros ocupando los primeros puestos de la taquilla mundial (“Crazy Asians Rich” y “The Meg”) y un par más con dividendos desiguales (“A Simple Favor,” “Searching” y “Mile 22”). Colaboraciones como estas entre estudios culturalmente distintos son los primeros pasos que abren puertas a las audiencias que estén dispuestas a ampliar sus preferencias cinematográficas, un camino que está empezando a tomar forma.
Aquí hay un solo “antagonista”—bajo la relación presa-depredador, — sin embargo, el guion juega con una especie de villano que no tiene demasiado valor para la historia más que ser objeto de pequeñas líneas cómicas y la correspondiente moralina. Rainn Wilson sostiene al personaje por más de hora media, un billonario promotor de exploraciones marítimas que llega a la facilidad de investigaciones “Mana One” con unos extravagantes tenis Nike, con más egoísmo que dinero. El personaje no quita ni aporta, una adición insignificante que bien pudo pasar desapercibida si no fuera por el empeño que Wilson deposita en él.
Son cuatro los responsables del casting, quienes apoyados con gran libertad en las figuras de las novelas de Alten, mueven y modifican las fichas requeridas en su tablero comercial con el fin de impactar fuerte desde el sur de América hasta bien al norte de Europa por medio de una plétora de actores de lo más variopinta. Erradicar, de la exhibición actoral, muestra alguna de dominante americanización hace sido el movimiento, ignorando deliberadamente que aquí el héroe es un castizo macho yanqui. Así, el neozelandés Cliff Curtis se incorpora en un papel de soporte que sustenta algunos de los risibles giros argumentales; Ruby Rose, actriz que poco a poco se gana la etiqueta de “heroína de acción” en cual sea el producto en que participe, no decepciona con un nuevo personaje rudo e impasible que se agrega a la lista, aun así, tal como la mayoría de sus proyectos audiovisuales (“Resident Evil: The Final Chapter”, “XXX: Reactived” o “John Wick: Chapter 2”), sufre de una abrupta minimización, reteniendo su capacidad de construir un papel más allá del estereotipo. Completan Winston Chao como el padre de Suyin y capitán de la misión de las exploraciones; Shuya Sophia Cai como el instrumento que el filme emplea para manipular a su audiencia por medio de su tierno hipnotismo; y Page Kennedy y Robert Taylor como tripulantes y personajes de apoyo puestos en bandeja de plata para el gran megalodon.
Warner ha hecho un magnífico trabajo con las imágenes, eso no se puede negar. Este suntuoso festín de efectos digitales podría ser de lo mejor que podrías ver en una sala de cine este año. El diseño de producción de Grant Major es gigantesco, armónico con su presupuesto ($130 millones de dólares), creando una magnificencia visual que propulsa y defiende su esencia: big dumb action movie.
El cinematógrafo nominado a un Premio de La Academia por “Changeling” Tom Stern, quien también trabajó en la Oscarizada “American Sniper” de Clint Eastwood, provee cuadros verdaderamente hermosos para el escena del blockbuster moderno, con una funcionalidad que se beneficia del portentoso tiburón prehistórico de 100 toneladas. Puede que “The Meg,” en la superficie, tipifique la gran producción americana, pero aun así, un excelente Stern le brinda un especial push, una arrolladora voluntad digital. El océano, imponente y poderoso, durante el primer acto está bastante contenido, enfocándose mejor por presentar de manera fluida el ultra-moderno submarino de operaciones en donde tiene lugar gran parte de la historia; sin embargo, este abstencionismo, acompañado de un par de enormes sorpresas, es la insinuación perfecta de una posible nueva franquicia; nuestro tiburón no es la única creatura allí abajo. Finalizando el segundo acto y a medio camino del tercero, los enormes colmillos ven la luz del día, es decir, por fin tenemos lo que nos prometieron, y de tremenda manera. Todo el departamento de arte hace un trabajo fantástico, en especial el departamento de arte y de edición, pues sin ellos en la ecuación, no todos esos millones hubieran caída tan rápido en las fauces de Warner Bros.
Los hercúleos set-pieces encuentran un propulsor en el soundtrack de Harry Gregson-Williams, con composiciones ambientales y dramáticas que se ensamblan con populares éxitos y clásicos musicales como la versión tailandesa de “Hey Mickey” de Toni Basil o “Beyond the Sea” de Bobby Darin, que la dota de esa personalidad irreverente, ese PG-13 que los ejecutivos han decidido abrazar.
Sin embargo, la construcción de tensión es gravemente mediocre, pues esta debería manejarse de forma maestra en un filme como estos. Con el inevitable y repetitivo referente de Steven Spielberg en frente, se aprecia poco esmero en una introducción tenebrosa y suspensiva para el gran tiburón, las muertes no son del todo imaginativas y sus apariciones quedan lejos de trasmitir lo que deberían trasmitir. Lo anterior no quiere decir que no haya ni un ápice de tensión, la hay, especialmente en el primer acto de la película, no obstante, ni la heroicidad de Statham ni la valentía de Bingbing Li consiguen salvar tan vital componente.
“The Meg” de Jon Turteltaub clausura la temporada estival cinematográfica del 2018 con una mordedura bestial. No estamos frente a una revolucionaria mega-producción, estamos en frente de un filme de enorme presupuesto que vuelve a poner sobre la mesa los acuerdos de coproducción entre el mercado americano y oriental— evento que “The Great Wall” de Matt Damon no pudo saldar —ante la increíble redituabilidad comercial y la sorpresiva— para bien —respuesta mixta de la crítica. La cinta de Turteltaub no está para ser criticada desde el campo narrativo, ahorrándonos la inutilidad, el filme está hecho en función a su capacidad de entretenimiento fugaz, en lo cual se ganaría uno de los puestos más altos en el podio. Muerde el anzuelo, apaga tu cerebro y deja que esta monumental maquina de entretenimiento/dinero abra sus fauces e intente, solo intente, devorarte por casi dos horas.