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    Megalodón
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Megalodón

    A la serie B lo que es de la serie B

    por Alberto Corona

    Megalodón tiene multitud de problemas, pero quizá el más virulento, por lo aparentemente anecdótico al principio y lo terrible que se acaba revelando, es el de los referentes. Partiendo de una novela publicada en 1997 por Steve Alten cuya adaptación al cine se acabó postergando durante años por la coincidencia en el calendario con Deep Blue Sea (1999), la película que nos ocupa podría haberse hecho eco precisamente de aquel gozoso divertimento dirigido por Renny Harlin, o ya puestos de alguno de los numerosos subproductos que asaltarían la ficción en los años siguientes —la tercera entrega de Shark Attack (2002), de hecho, tenía otro Megalodón en el título y era justo la película que debía ser—, pero no. Megalodón tenía que depositar la mirada carroñera sobre el Tiburón de Steven Spielberg. Estrenado en 1975, y considerado por muchos como el primer blockbuster digno de ese nombre.

    La relevancia histórica de dicho film ya supondría algo duro con lo que lidiar por sí sola, pero tampoco es que hubiera nadie lo bastante insensato como para pedirle al director John Turteltaub —sustituto de Eli Roth una vez éste se largara oliendo el percal— que manufacturase un homenaje a la altura. Son en cambio los rasgos más superficiales de ésta los finalmente replicados, al igual que El rascacielos hace unas semanas se basaba en retomar la escenografía y poco más de La jungla de cristal (1988): eso sí, con mucha mejor fortuna. Hay un tiburón, hay una playa llena de dicharacheros bañistas —todos ellos chinos, como requieren las previsiones de la distribución—, y hay un tipo parco en palabras pero dispuestísimo a solazarse en el calor de un hogar familiar como único (e improbable) héroe capaz de hacer frente al monstruo. Por supuesto, que el jefe Brody de Roy Scheider haya mutado en el incombustible Jason Statham debería ser motivo de placer cinéfago para todo espectador con un mínimo de decencia, recibiendo con chillidos entusiasmados los one liners de rigor y los tímidos latidos de un corazón que no cabe en el pecho escultural, pero ha acabado resultando que no es suficiente, y que la correspondiente actualización debería haberse realizado con la misma intensidad en otros muchos aspectos.

    Para empezar, tal y como ha interiorizado medio catálogo de Syfy —con la saga Sharknado como trágico exponente de lo que Megalodón podría haber sido—, la estrategia de tito Steven de ocultar al monstruo el máximo tiempo posible para incrementar el suspense deja de tener sentido en el mismo momento que has introducido el CGI en tu vida. Cambiar un pez de juguete por una amalgama de píxeles requiere estar comprometido con el exhibicionismo bajo pena de parecer más barato de lo que en realidad se es, y es un absoluto sinsentido que el Megalodón de la película homónima tarde tanto en salir. Algo que no es especialmente grave ya que entretanto Statham sigue por ahí bebiendo cerveza a morro, pero que revela unas consecuencias implacables cuando por fin lo hace y cuando debería liarse a mordiscos te encuentras con que hace poco más que… pegar cabezazos. Y zamparse otros peces. Y acechar una jaula submarina con otro pobre humano dentro—Li Bingbing sustituyendo a Richard Dreyfuss— sin el más mínimo suspense. Cómo lo va a haber, si lo más seguro es que no salga ni sangre en caso de que acabe hincándole el diente de verdad.

     Por decirlo en el lenguaje lapidario de nuestro amigo Jason, Megalodón es indigna de llevar ese nombre, demasiado confusa entre querer ser un film familiar à la Spielberg —y eso que la Tiburón primigenia no era precisamente alérgica al gore— y el producto macarra y desprejuiciado que pedía a gritos un argumento como el suyo. Apenas hay humanos-incordio que deseemos fuertemente que acaben devorados —algo de eso nos quieren vender con el personaje de Rainn Wilson, pero bah—, apenas se comen a gente —y cuando el Megalodón lo hace se obstina en hacerlo de forma limpia y educada—, y a Jason Statham ni siquiera le dejan meterle una yoya a alguien, aunque los momentos en los que la película pugna por convertirse en una especie de desquiciado Moby Dick bakala tengan su punto. Dichos momentos, en combinación a una secuencia en la playa con varias decenas de bañistas muertos (y un perrito), intentan valerosamente sacar a Megalodón de ese agujero tan intrascendente como asfixiante en el que la habitual cooperación de productores, publicistas y analistas de mercado han metido, pero sigue sin ser suficiente. Y para sentir la auténtica esencia Megalodón, la de pata negra y espíritu indomable, lo mejor sigue siendo refugiarse en la serie B, cuya última genialidad es Sky Sharks, protagonizada por tiburones zombis voladores nazis. Porque a veces la vida no es tan complicada como Hollywood cree.

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