"Zodiac" es un logrado e interesante thriller, basado en hechos reales, dirigido por David Fincher. El caricaturista Robert Graysmith se obsesionará con el caso inconcluso de un asesino serial que asoló durante casi 10 años los alrededores de la Bahía de San Francisco. Logrando reunir pruebas, contactará a un periodista caído en desgracia y al policía retirado del caso para tratar de atar cabos sueltos y dar con la identidad del asesino. El llamado “asesino del Zodíaco” fue un criminal que acechó el norte de California al menos entre diciembre de 1968 y octubre de 1969, con un total de 7 víctimas, aunque se jactó de haber asesinado a 30 más. Obtendría el interés mediático de la prensa sensacionalista por enviar arrogantes y desafiantes cartas a la policía y la prensa policíaca sobre los crímenes que pretendía perpetrar. Nunca se le atrapó, aunque se tendría en Arthur Leigh Allen a su principal sospechoso, pero un análisis a una de las cartas que supuestamente escribió, en donde detalla con increíble certeza los hechos, arrojaría en 2003 que las huellas no coincidían con las de Allen. El caso, declarado “inactivo” en 2004, fue reabierto en 2007.
Una de las primeras tareas, que a la postre le juega bastante a favor en cuanto a detallismo técnico y narrativo, aunque extiende bastante el metraje, es una exhaustiva investigación para separar el mito de la realidad que rodeaba el caso del asesino del Zodíaco. De esta forma, el director deseaba desterrar el aura de especulación y rumores que define la esencia del caso, y solicitó entrevistar a gente directamente involucrada en el caso. Además de asegurar la mayor precisión histórica posible en el relato, fue así como se dieron a la tarea de entrevistar testigos, familiares de los sospechosos, investigadores retirados y de la actualidad, autoridades gubernamentales, e incluso las únicas dos víctimas sobrevivientes. El hecho de que contratara a asesores que analizarán la información obtenida e incluso a un experto en lingüística forense para el análisis de las cartas enviadas supuestamente por el asesino, dan cuenta de la prolijidad y profesionalismo que el director asumiría para su nuevo proyecto. Quizás por eso, optará por un lenguaje más equilibrado y sobrio, alejado de lo directamente escabroso visualmente y más cercano a lo sugerente. En ese sentido, quiere que el espectador contemple la idea de que la maldad habita intrínsecamente en el espíritu humano, y que su rostro puede resultar tan común como el día a día. De ahí que el asesino pueda ser en la práctica cualquiera y sea prácticamente imposible atraparlo, ya que su comportamiento criminal puede llegar a ser tan natural, que se requiere de cierta habilidad emocional para descubrirlo y atraparlo.
Ahora bien, Fincher se las ingenia para regalar un thriller que detrás de su gran y detallada factura narrativa y técnica, se muestra menos convencional de lo habitual. Lo que parecía ser el habitual thriller centrado en el quién y en el asesino, en realidad se centrará en el cómo y precisamente en el personaje menos pensado, que en este caso no se trata del inspector Toschi ni del periodista Paul Avery, sino el caricaturista Robert Graysmith, un personaje tímido y de aparente poca trascendencia narrativa en los hechos, que dicho sea de paso presentará otro de los aspectos interesantes de la cinta, que tiene que ver con la obsesión. El director expone como el asesino utiliza los medios para aparentar una conducta ególotra propia de un narcisista, pero cuyo comportamiento no es más que el de un sujeto con evidente problema de autoestima y frustrado, que cree encontrar en el asesinato mediático una forma de llamar la atención. Por su parte, los medios que aprovechan el impacto mediático y el morbo que el caso produce en la opinión pública, principalmente reflejado en el personaje de Paul Averi, que no tiene en el menor de los empachos para ocultar información o obstaculizar el trabajo policíaco. Prensa y asesino obsesionados uno por el otro.
Las actuaciones son inmejorables, uno de los aciertos del film es su reparto, que en líneas generales tiene una perfomance bastante efectivo, en especial Jake Gyllenhall y Mark Rufallo, y un poco sobreactuado Robert Downey. Gyllenhall, demuestra tener las herramientas para interpretar un personaje de varios registros emocionales, desde la tranquilidad que muestra al inicio hasta la obsesión que llega a desarrollar en la trama. Rufallo, por su parte, es quizás el más sólido del reparto como el rudo inspector Toschi, que también experimenta cambios sustantivos en su personalidad, conforme el caso se le escapa de las manos e invade su vida personal. En tanto, Downey Jr. aunque sobreactuado, tiene una buena participación como el periodista inescrupuloso con aires de playboy, que termina por perderlo todo. El reparto secundario tampoco tiene desperdicio, porque a pesar de contar con más personajes relativamente importantes en segunda fila, todos aportan decididamente en la performance final. Podemos encontrar a Anthony Edwards, como el inspector Armstrong de San Francisco, cuyas notas resultaron fundamentales para la investigación del caso y la posterior de Graysmith. Brian Cox encarnó al abogado defensor Melvin Belli. John C. Lynch interpreta al hipotético homicida, que incluso fue interrogado, pero a quien nunca se le pudo probar nada, ni siquiera levantar cargos. Y Chloë Sevigny que personificó a Melanie Graysmith, esposa de Robert.
En definitiva, un film de atmósfera, denso y cercano al documental, hay un momento de una sobriedad y equilibrio deslumbrante. El cineasta lo que pretende es poner en contraposición dos modelos: por una parte, el que nos ofrece la ficción, y es que hay un malo, un bueno y el primero paga por sus pecados, obligado por el segundo. Es un despiadado ensayo alrededor de la frágil consistencia moral del hombre, su hueca entereza intelectual sometida a una sociedad bárbara y oscura, preñada de amenazas.