La de Zemeckis es una muy buena película, donde se apuesta claramente por la inteligencia de un guión que explora con acierto toda la épica del combate y la construcción de la heroicidad a partir de las luces y las sombras que se desprenden de una encrucijada tan frágil como sutilmente delicada: férrea voluntad, ambición desmedida, racionalización filantrópica, arrojo temerario, tentación, lujuria, mentira, fidelidad, lealtad, traición a los supuestos ideales, dolor, mentira, sacrificio, responsabilidad y culpa. El héroe que busca la gloria la consigue utilizando su valor, su inteligencia, su fuerza, la lealtad suicida de su grupo de combate, su deseo abrasador de lograr la gloria eterna al enfrentar peligros y conquistar plazas totalmente inaccesibles para el resto de los mortales. Pero, como siempre sucede, todo presenta un lado tenebroso, y esa gloria, ese poder casi divino logrado al borde mismo de la muerte, se cobrará su pieza en forma de soledad y pérdida. Si el tramo final de la película resulta absorbente, aun habiendo albergado serios temores acerca de la posibilidad de un desenlace previsiblemente tópico, muy rápidamente se disipan nuestras dudas y asistimos a la conclusión de la cinta con una más que agradable sorpresa, pues ésta no rehuye la oportuna dosis de grandeza trágica y cierra un excelente final relanzando el sentido de los últimos planos hacia resonancias simbólicas de muy largo e indiscutible alcance.