La consagración de Bourne
por Daniel de PartearroyoCon la acción empezando sólo seis semanas después de la película anterior (y sacándose de la chistera una insólita pirueta narrativa: sitúa el epílogo de aquella en la parte final de ésta), 'El ultimátum de Bourne' lleva todavía más lejos las constantes estilísticas y lingüísticas de la saga que fueran esbozadas por Doug Liman y consolidadas del todo por Paul Greengrass, aquí repitiendo en la silla de director. El ritmo frenético se acelera todavía más (increíble que fuera posible), la dislocación geográfica abarca más continentes (de Europa —Londres, Madrid, Turín, París—, siempre fría, lluviosa y perdida, a Nueva York, pasando por Tánger), el impulso de Bourne cada vez es más individualista y los esfuerzos colectivos e impersonales por pararle los pies más ambiciosos (e infructuosos).
Llama la atención la capacidad de la saga para retroalimentarse a sí misma. Igual que la figura antiheróica de Bourne se mueve por un motor egocéntrico basado en el subidón de la escapatoria y la búsqueda de información sobre su propia personalidad y pasado, 'El ultimátum de Bourne' sirve como revisión alambicada, mejorada, de momentos icónicos de los otros films de la franquicia: el acecho con rifle de la prodigiosa secuencia en la estación de Waterloo remite al personaje de Clive Owen en 'El caso Bourne', la brutal pelea de Tánger en el baño a la del piso de Múnich en 'El mito de Bourne', igual que la conclusión de la magistral persecución de Nueva York guarda una inesperada rima invertida con la de Moscú en la película anterior.
De la misma manera como la maquinaria de la CIA no para de crear divisiones oscuras y reprobables (de Treadstone a Blackbriar a vaya usted a saber), la saga Bourne se reinventa a sí misma replegándose y al mismo tiempo avanzando en una constante y lineal carrera que, como la de su protagonista, sólo se marca el objetivo de seguir corriendo hacia adelante.
A favor: La espectacular escaramuza en la estación de Waterloo. 15 minutos de tensión absoluta.
En contra: Bourne es una máquina de matar que obtiene unos grandes chutes de adrenalina (y serotonina) gracias a la acción y la temeridad... pero incluso así en esta película rechaza en dos ocasiones disparar a bocajarro. Pueden considerarme oficialmente un monstruo amoral.