La ciberniña
por Quim CasasJames Cameron reinventó la ética y la estética de los efectos digitales en 1991 cuando realizó Terminator 2: el juicio final y, afortunadamente, Alita: Ángel de combate, de la que es productor y coguionista, está más cerca visualmente de aquella fabulación distópica y temporal que de Avatar y otros filmes menos logrados del director de Titanic. No creo que eso se deba esencialmente al hipotético control como director de Robert Rodríguez, quien salvo contadas excepciones –Sin City– se ha movido mejor en la seudo-serie B –Spy Kids, Las aventuras de Sharkboy y Lavagirl, Planet Terror– que en las películas de grandioso empaque de producción.
Cameron y Rodriguez adaptan un popular manga de Yukito Kishiro, Battle Angel Alia/Gunnm, publicado originalmente en 1990 y del cual ya existe una versión anime para el mercado videográfico japonés. Su mirada es más espectacular y apocalíptica en el diseño de producción de la Ciudad de Hierro, la urbe híper-poblada y llena de violencia callejera e institucional sobre cuyos edificios pende Zalem, la idealizada última ciudad aérea; algo similar a lo que contaba Elysium, aunque aquí nunca vemos a los habitantes de la mega-ciudad suspendida en el cielo ni sus lujosas viviendas.
Y aún lo es más, de espectacular, pero con criterio, en la convivencia entre imagen real y digital; entre seres de carne y hueso que aparecen con los rasgos de Christoph Waltz, Jennifer Connelly, Keean Johnson o Mahershala Ali (actor afroamericano que últimamente está en todas: Green Book, la tercera temporada de True Detective, voz del tío Aaron en Spider-man: Un nuevo universo) y los que están desarrollados bajo sofisticada captura de imagen, como la misma protagonista.
Alita es un ciborg con el cerebro totalmente humano. Un médico humanista reciclado en cirujano de ciborgs y medio-robots la rescata completamente averidada de entre los escombros. Es uno de los muchos objetos caídos de la ciudad aérea y depositados entre montones de chatarra. Los rasgos son los de la actriz Rosa Salazar, pero todo lo demás está generado por ordenador, incluidos esos ojazos que quieren emular en clave fotorrealista al grafismo de los cómics japoneses.
No es una decisión arbitraria, molesta o prescindible. Además de que los cuerpos humanos y los digitales conviven perfectamente en la puesta en escena de Rodriguez –quien, por cierto, emplea muy bien, sin ningún efectismo fuera de lugar, el sistema tridimensional–, se trata de otorgar ese toque diferencial teniendo en cuenta que Alita es una ciborg con apariencia humana, una ciberniña sin memoria que antes fue una guerrera y ahora debe aprender a convivir en un nuevo mundo regido por leyes fascistas y el culto al motorball (una mezcla de carreras de coches en pista circular, hockey sobre hielo, rugby y, claro, el rollerball cinematográfico) mientras espera recuperar retazos de su pasado.
Más allá de la fisicidad de las peleas, algo siempre tan difícil de lograr con trucajes generados por ordenador, destaca en el filme el trabajo sobre los rostros en primer plano: rostros vacilantes de un ciborg que se busca a sí mismo; rostros rotos en dos de un robot cazarecompesas con un culto desmesurado por lo poco que tiene de apariencia física; rostros humanos embutidos en una oscuridad que recuerda a veces a la de la ciudad distópica y lluviosa de Dark City, en la que también, casualidad, aparecía Jennifer Connelly.