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    Rosencrantz y Guildenstern han muerto
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    McNulty
    McNulty

    621 usuarios 72 críticas Sigue sus publicaciones

    4,0
    Publicada el 5 de julio de 2010
    Que Shakespeare es uno de los mejores guionistas de cine nadie lo pone en duda. Tal vez por ello, conjugando su fascinación por la obra del clásico con dicho convencimiento, el eficaz dramaturgo británico de origen checo ha sabido crear obras importantes en un medio con exigencias muy particulares. Concretamente alcanzó un éxito notable con esta obra al operar un desplazamiento de foco desde el protagonismo central del príncipe para depositarlo en dos secundarios que cumplen un papel importante en la trama, los dos amigos de Hamlet llamados por Claudio para descubrir qué se cuece en el ánimo del atormentado sobrino. El acierto reside en hacer gravitar todo el entramado trágico alrededor de dos figuras que funcionan perfectamente como contrapunto irónico, mezclando sus desorientadas pesquisas con la compañía teatral que representará "el trauma" ante la corte como método psicodramático de revelar la verdad (el ensayo al que ambos asisten remite a un desdoblamiento infinito), y todo ello para indagar con humor no exento de profundidad acerca de varios ejes centrales de la existencia: muerte y destino, azar y fatalidad, necesidad y libertad. Los dos protagonistas (uno de carácter más reflexivo, el otro un adorable ingenuo siempre al borde del gran descubrimiento), se verán atrapados en una enmarañada urdimbre de ambiciones, pasiones, venganzas, ocultos intereses, fantasmas y asesinatos que deslizarán poco a poco la soga sobre sus cuellos sin que puedan hacer nada para evitar el fatal desenlace. El trabajo de los actores es encomiable, destacando la química que surge entre Tim Roth y Gary Oldman, y las apariciones estelares de un enorme Richard Dreyfuss dando vida al comediante que posee el auténtico secreto que esconde su profesión, no sólo divertimento replicante sino ficción narrativa generadora de la propia realidad y develadora de los hilos del destino. Stoppard enriquece la lectura del clásico y relanza nuevos sentidos dentro del inagotable universo que lo habita.
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