Romance ingrávido e inexpresivo
por Daniel de Partearroyo'Gravity Was Everywhere Back Then' (2010) o 'Entonces la gravedad estaba por todas partes' es el título de la primera película del estadounidense Brent Green, un ejercicio de reconstrucción meticulosa y artesanal de una historia de amor trágica, obsesiva y real. Aquella que vivieron Leonard y Mary después de que ella contrajera una grave enfermedad y él decidiera construir con sus propias manos una casa sanadora que supuestamente debería haberla curado. Green recreó la misma experiencia (y la casa) de Leonard para contar su historia, hermana de 'La espuma de los días', de Boris Vian, pero inevitablemente pegada al suelo, a la gravedad. La misma fuerza que resulta imprescindible para entender los empujes y fugas de 'Un amor entre dos mundos', segundo largometraje de Juan Diego Solanas.
El realizador argentino, hijo del histórico documentalista Fernando "Pino" Solanas ('La hora de los hornos', 1968), pone en juego una relación amorosa tan excéntrica como la del film de Brent Green y también fija su destino al tirón de la fuerza de gravedad (muy pocas veces pensamos en ella, parecen querer decirnos ambas películas). Sólo que en este caso, dentro de una propuesta de ciencia-ficción ambientada en un universo alternativo que tiene dos fuerzas de gravedad en sentido contrario, cada una perteneciente a dos mundos, uno colocado encima de otro. Los bellos créditos iniciales sirven como libro de instrucciones desalentadoramente expositivo a las reglas que rigen el universo imaginado por Solanas, verbalizadas con tono didáctico en vez de mostradas con hálito de maravilla. De ese modo prefiguran el tono del resto del metraje, demasiado enroscado en su metáfora social de nivel colegial (los habitantes del mundo de arriba son ricos, los del de abajo pobres y sus recursos son explotados abiertamente por los de arriba) como para explorar a conciencia las características físicas y culturales del mundo imaginado desde el guión.
Una vez descubierta la baja intensidad del componente sci-fi, todavía quedaría la historia de amor que sirve de motor al relato. La protagonizan Adam (Jim Sturgess) y Eden (Kirsten Dunst), dos Romeo y Julieta pertenecientes a mundos contrapuestos (él de abajo, ella de arriba) que se conocieron de pequeños e iniciaron un prohibido romance adolescente hasta ser descubiertos por las autoridades y separados para siempre. Pasado el tiempo, él entra a trabajar en la empresa TransWorld, donde espera encontrarla. El caso es que no tenemos nada más allá de la constancia de Adam para percibir ese supuesto amor entre los dos, que no recibe profundización alguna aparte de clichés como la conveniente amnesia temporal de ella o la esperable persecución de la pareja en huida. Como si Solanas no hubiera querido ahondar en la dimensión dramática del guión más allá de lo imprescindible para centrarse en la creación de imágenes y juegos de perspectiva impactantes, de hipnótico atractivo en algunos casos, pero desprovistos de pregnancia emocional.
A favor: Las apabullantes imágenes fruto de la apuesta visual.
En contra: La falta de profundización en las relaciones de los personajes.