Revisitando el clásico de 1964 de Michael Cacoyannis, basado en la novela homónima de Nikos Kazantzakis y en el que sobresale la soberbia interpretación de un Anthony Quinn en estado de gracia, se reafirma la sensación de estar frente a una obra de extremada belleza e inagotables lecturas. Porque si bien Zorba es habitualmente considerado como el prototipo de persona capaz de mantener un acusado sentido de optimista vitalidad, no es menos cierto que su actitud puede y debe ser releída a la luz de aspectos más controvertidos. Al analizar sus palabras y sus reacciones comprobamos que la forma que adopta para enfrentar los conflictos conlleva necesariamente un alto coste en inhibición (a pesar de la expansividad conductual externa) e inmadurez personal. La negación continua del dolor, de la ansiedad, de la culpa y, en definitiva, de la responsabilidad personal en los sucesos circundantes le hace mostrar un histrionismo a veces sobreactuado, siempre teatral, que ofrece la alternativa del “siempre adelante sin mirar atrás” mientras lo que sucede en realidad es que se mira a otro lado para evitar mirar de frente a la realidad de los hechos y por ende, la propia realidad interior. Lo paradójico es que el pensamiento de Zorba encubre en realidad un fatalismo según el cual las cosas ocurren porque tienen que ocurrir y lo único que podemos hacer al respecto es, tal y como él afirma, liarnos la manta a la cabeza y coger a manos llenas todo lo que la vida ponga a nuestro alcance.
Zorba es un hombre que trata de conjurar la muerte mediante su transformación fantaseada en un hombre-Dios, al que le es dado promover obras imposibles -“devorar el mundo” como declara en un determinado momento-, y así conseguir enfrentar con el mínimo dolor y angustia, o dicho de otra forma, con el mínimo sentido de la responsabilidad personal, todas aquellos resultados directa o indirectamente relacionados con sus decisiones. Si nos encanta, si nos subyuga, es precisamente porque presenta ese halo de héroe capaz de desafiar a la vida en su dimensión más problemática y reírse de ella a la cara justo cuando más duro golpea ésta, ofreciéndole la otra mejilla en un acto provocador de fantaseada omnipotencia. Una película compleja, paradójica, triste y vitalista que continúa ofreciendo inspirados momentos de gran cine.