Un thriller crepuscular
por Israel ParedesLa carrera de Clint Eastwood como director ahora se mira con mucha más atención y respeto que la que disfrutó durante los años ochenta, al menos hasta 1988 cuando dirige su excepcional Bird. Hasta entonces, tan solo El jinete pálido había atraído algo de atención, siendo ahora mucho más valorada que entonces. No sería hasta 1992 con Sin perdón cuando Eastwood se alzó como un director a tener en cuenta, maduro en su estilo y con una capacidad para la puesta en escena magnífica. Su mirada crepuscular al género que le dio la fama como actor y al que ya se había acercado como director fue el arranque de una carrera que, hasta hoy en día, ha ido creciendo paulatinamente, con mejores o peores propuestas, pero siempre provocando, al menos, un interés casi por encima de la media del cine actual.
Tras Sin perdón vino Un mundo perfecto, película infravalorada en el conjunto de la carrera de Eastwood pero que se alza, con perspectiva, como uno de los mejores títulos de los noventa. Una película sencilla en su arranque y en su premisa inicial que utiliza el policiaco clásico para construir una historia sobre un hombre, un excepcional Kevin Costner, que huye de la cárcel y toma como un rehén a un niño, creándose una relación paterno-filial tan emotiva como natural. Eastwood acomete la narración con la pausa que el caracteriza, con un gran trabajo de los ritmos y los tiempos, apoyándose en una fotografía, de Jack N. Green, tan limpia como transparente y en unas interpretaciones magníficas en su conjunto. El cineasta no cae, afortunadamente, en el maniqueísmo más manido de gran parte de sus películas más aplaudidas y opta por un acercamiento tan lejano como cercano. Elegante y maestra, Un mundo perfecto es capaz de emocionar al espectador desde diferentes perspectivas a la vez que avanza hacia un final tan épico como desolador. Una película enorme.
A favor: El trabajo de Eastwood y los actores.
En contra: Casi nada, quizá la duración, más de dos horas.