Un documental grandilocuente
por Rodolfo SánchezCuando la fiebre por el documental todavía no se había extendido con la fuerza que experimento a partir de mediados de los noventa, pasando de ser un género para unos pocos o mayoritario tan solo en contadas ocasiones, Ron Fricke dirigió en 1992 Baraka, cosechando una recepción, tanto crítica como de pública, enorme para un documental en la época. Parte de este éxito vino dado por una propuesta esteticista y poética en lo visual que parecía apuntar hacia una profundidad en lo que plantea su narración que, en realidad, no es tanta: Fricke recorre la Tierra mostrando cómo hombre y naturaleza viven tanto en armonía como en continúa lucha a través de una película sin diálogos, sin personajes y sin una narración lineal o lógica, buscando transmitir unas ideas y unas emociones a través de las imágenes y la música.
Lo más llamativo es que Fricke no obvia el lado más sombrío de la relación hombre/naturaleza, aunque caiga una y otra en vez en idolatrar la capacidad humana para la creación de grandes obras. Baraka es una experiencia, tan llena como vacía dependiendo del espectador que oscila entre el documental y la ficción para crear una obra extraña e interesante, aunque intrascendente aunque pretenda lo contrario.
A favor: Que se consume sin problema alguno.
En contra: Que pretende ser mucho más de lo que es.