"Lo que Queda del Día" es un elegante y conmovedor drama, dirigido por James Ivory y protagonizado por los ganadores del Oscar, Anthony Hopkins y Emma Thompson. La génesis del film se remonta a inicios de los 90s, cuando el director ganador del Oscar, Mike Nichols encabezaba un proyecto para adaptar la novela homónima (1989) del ganador del Nobel, Kazuo Ishiguro, a partir del guión desarrollado por Harold Pinter. Uno de los grandes y primeros méritos de la cinta es su guión, en donde Ruth Prawer Jhabvala da cuenta de su enorme habilidad para convertir una novela interesante pero no por eso menos densa, en una trama cinematográfica que respeta los principios narrativos de Kazuo Ishiguro sobre lo irrecuperable que es el tiempo perdido y sobre cómo ciertas decisiones provocan sentimientos de haber desperdiciado oportunidades que pudieron llevarnos a derroteros más satisfactorios. Un melodrama que explorará en lo más profundo del ser los sentimientos que afloran y se reprimen por situaciones contextuales, por deberes laborales o, simplemente, por una dignidad mal concebida. Y en ello, la guionista logra explicar narrativa y visualmente la “curiosa” concepción de amor de Ishiguro, que puede replicarse en cualquier cultura del mundo, pero que evidentemente muestra una esencia oriental, en particular, la japonesa.
Una visión que los occidentales ven con cierto recelo y a la cual niegan cierta comprensión, en que la cosmovisión nipona no esconde su apreciación del amor como una enfermedad. Esa es la visión que el personaje protagónico de James Stevens sostiene y en la que el sentido del deber termina por imponerse sobre el querer. Sin embargo, ello no quiere decir que la trama reniegue de su carácter melodramático, sino que abogará por exponer toda una radiografía psicológica de los personajes protagónicos, el señor Stevens y la señorita Kenton, a base de silencios, miradas y gestos desesperados de cada cual, llantos detrás de las puertas, miradas nostálgicas de despedida y tensión sexual, como aquella memorable escena en que la señorita Kenton arrincona a Stevens aparentemente para arrebatarle un libro, pero que en realidad está esperando que él dé el primer paso. Un momento de máxima tensión dramática protagonizado por un hombre maduro que ha encontrado en el trabajo su única pasión y obligación y una mujer aún joven que pide a gritos comenzar a vivir y que su compañero sea precisamente ese perfeccionista y tímido mayordomo. Narrada con la clásica estructura de memoria y anhelos narrativos, el director expone los recuerdos y esperanzas de un hombre ilusionado por recuperar el tiempo perdido.
Aunque aparententemente busque reencontrarse con su ex ama de llaves, aquella mujer a la que amó en secreto y que puede volver a tener cerca, por cuestiones laborales y ahora que el matrimonio de ella parece haber finalizado y le deja disponible. Ivory tiene éxito indudablemente en esta dicotomía de nostalgia y esperanza, reflejado en los recuerdos de la mansión Darlington en los años 30s y el actual viaje hacia lo desconocido de Stevens, en donde Ishiguro ve plasmada acertadamente su metáfora de la negación de la propia identidad y la idea de que muchas veces somos observadores de las decisiones de otros, cuando podemos estar jugando un papel en esas decisiones y negarnos consciente o inconscientemente a ser parte de ellas. Otro de los grandes pilares es la estructura de los personajes, cuyo caracteres definen la esencia narrativa del film. James Stevens podrá parecer el más reprimido e impasible de los hombres, con un sentido del deber y la obligación extremos, impertérrito ante la muerte de su propio padre y la frustración amorosa de la señorita Kenton, pero al mismo tiempo encarna el máximo ejemplo del dolor y la renuncia hacia sus propios intereses en pos de un beneficio o servicio superior, que a la postre reconforta sus sentidos, aunque no por ello deje de sentirse vacío.
Las actuaciones son impecables, Anthony Hopkins regala una de sus interpretaciones más conmovedoras y perfectas, que sin duda merecía el Oscar al mejor actor, que da cuenta del innegable talento del legendario actor para trabajar el rostro y las miradas. Emma Thompson encarna a la señorita Kenton, con una interpretación magistral, si hay un personaje que representa mejor el título de la novela y, por extensión, el de la película es el interpretado por Thompson. Lord Darlington, personificado por el eficiente James Fox simpatizante de la Alemania nazi encabeza gestiones extraoficiales entre diplomáticos británicos, franceses y estadounidenses para ayudar a Alemania a ser lo que era antes del estallido de la guerra. Vale la pena mencionar el acertado reparto que Ivory escogió, con Christopher Reeve interpretando al congresista Jack Lewis, opositor a las intenciones de Darlington con los nazis y propietario final de la mansión. Un jovencísimo Hugh Grant que encarna al entrometido ahijado periodista de Darlington, Reginald Cardinal. Peter Vaughan como el padre de James Stevens. Michael Lonsdale encarnó al diplomático francés Dupont d’Ivry. Rupert Vansittart como el fascista Sir Geoffrey Wren. Y los jóvenes Ben Chaplin y Abigail Hopkins, hija del actor protagonista, como la joven pareja de la mucama y el ayudante mayordomo de Stevens.
En definitiva, un notable melodrama sobre la soledad, la responsabilidad, el abandono de los sueños y la pérdida irreparable del tiempo, con una factura técnica y visual exquisita y costumbrista, y unas interpretaciones altamente sensibles y nostálgicas, a cargo de Anthony Hopkins y Emma Thompson. Fue nominada a 8 premios Oscar, incluyendo Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor y Actriz Principal, sin embargo, no ganó ninguno, lo que constituyó un hecho lamentable. También fue nominada a 5 Globos de Oro, con idénticos resultados, y a 6 BAFTA, quedándose Anthony Hopkins con el galardón al Mejor Actor.