Hay una noche a lo largo del año que ha sido sinónimo de terror, miedo y escalofríos. Una noche que la imaginación colectiva ha ido grabando a fuego como la noche más perturbadora (no, no me refiero a lo noche antes de presentar la declaración de la renta). Desde hace más de 30 años lo que era una noche de fiesta y alegría (chuches, truco y trato) en los EEUU, se fue transformando en una advertencia hacia el horror. Mitos, leyendas, supersticiones y mezcla de culturas han ido aumentando el calado de esta noche tan popular. Sin duda, uno de los fenómenos que modificó la forma de ver esa noche fue un tipo enmascarado, sin emociones, sólo maldad. La podéis llamar noche de Halloween o noche de Difuntos. Ambos apelativos le van ni que pintados al Psicokiller que originó una nueva forma de ver el Mal. Al asesino en serie que creó una nueva forma de matar. Sin remordimientos, sin vacías frases. Puro mal en su mayor esencia. Esconderos, corred e intentar escapar. No importa lo que hagáis, él os atrapará. Él os matará. Él es...Michael Myers.
Antes de Michael Myers no había psicokiller que se pudiera mencionar, salvo Norman Bates ('Psicosis', 1960). La diferencia radicaba en que Myers iba a transformar la forma de ver a los asesinos en serie en pantalla. Años antes, películas como 'La matanza en Texas' (1974) o 'Las colinas tienen ojos' (1977) presentaban a radicales asesinos que por así decirlo, eran sedentarios. Esperaban a que sus víctimas llegaran a ellos. Con Michael y 'La noche de Halloween' las reglas del cine cambiaban.
John Carpenter no había hecho ruido con sus anteriores films ('Estrella oscura', 1974 y 'Asalto a la cominsaria del distrito 13' (1976). Era y fue un director independiente. Al más estricto sentido de la palabra. El Roger Corman de los últimos 40 años. Creador incansable de guiones, compositor de sus propias bandas sonoras y autor de un lenguaje visual sencillo, cercano y con muchas ganas de divertir, el cine de Carpenter estableció sus bases en esta cinta de bajo presupuesto pero enorme imaginación.
Una historia que hoy ya está manida de tantas veces haberla visto. Pero cautivadora desde los primeros instantes en que nos colamos tras la máscara de payaso con la que un pequeño Michael asesina a su hermana. Genial uso de la cámara en primera persona, haciendo que el espectador forme parte del personaje desde un inicio. Las míticas notas del tema principal de la película, suenan mientras el público puede escuchar la respiración del joven psicópata. Carpenter creaba tensión, escalofrío y terror en apenas unos instantes, sin casi mostrar sangre. Utilizando lo que otros maestros con mucho talento han sabido plasmar en pantalla, no mostrar al público lo que ven. Que sean ellos mismos los que imaginen la acción.
Indiscutible que Carpenter ha bebido de Hitchcock a la hora de transmitir la sensación de pánico. Pero llevándolo a un terreno más mundano. A la casa de al lado. A tu barrio. Lugares conocidos por todos, que habitan en nuestra conciencia común. Niñeras, fiestas, amigos de tu misma calle... todo en peligro al aparecer en pantalla la figura de Michael Myers. No estamos aislados en una montaña o en paraje desértico en mitad de Texas. Estas calles pueden ser la de cualquier ciudad. El director juega con los temores cotidianos, introduciendo en nuestras pesadillas a un ser impávido, frío, despiadado y cruel. Sin mostrar emociones. Con un único objetivo.
La comparación Myers-Drácula / -Van Helsing es evidente. Son dos antagonistas que se persiguen, que llevan su batalla personal al mundo real. Como un caza-vampiros experimentado, Loomis (Donald Pleasence) trata de detener a Myers aun a sabiendas que intenta acabar con el Mal en su estado más puro y sádico. La escena final, con el rostro cariacontecido del doctor, refleja la verdad que él ya sabía. Un ser que se mitifica según van pasando los minutos del film. Cobra intensidad cuando por fin se encaja la máscara que simboliza la maldad en sí. Un icono del terror que crearía escuela (Jason, Freddy, Ghostface). Todos los posteriores psycokillers deben mucho (o casi todo) a la estupenda creación de Carpenter.
Jamie Lee Curtis (Laurie Strode en el film), debutaba en el cine con esta particular versión de joven virgen que huye del asesino. Con ella surgió lo que se denomina teen-screamer (adolescente gritona) siendo ella indiscutiblemente la reina hasta el día de hoy. Una caza del gato y el ratón llevada de forma intensa y con brioso ritmo que marcaría el camino a seguir del género de los Psycokillers. Una gozada para una noche de miedo en casa...eso sí, cierra bien las puertas y ventanas.