Aprovecho la coyuntura que Robert De Niro hizo el año pasado con 'La gran revancha' (2013) y con su próxima película 'Hands od stone' (2014), ambas alrededor del mundo pugilístico. Sí, últimamente estoy en modo locutor de la ESPN. Lo primero antes de proseguir con la lectura, curioso lector, me gustaría comunicarte que la siguiente película sobre la que vas a leer pertenece al grupo de películas que yo determino como "Peliculón". Sé que puede parecerte un nombre poco acertado o fuera de lugar o que me inspira un sentimiento en plan Garci, pero entre tú y yo...hay unas cuantas películas que están en otra dimensión, primero está el cine y luego ésta serie de películas a las que llamo peliculones. Son de otra clase, de otro material, están más allá del bien y del mal y al igual que ciertos libros deben ser leídos antes de morir, hay ciertas películas que uno debe ver (muchas veces mejor) antes de irse al otro lado. 'Toro Salvaje' es una de ellas.
Hablar de ella es hablar de cine, pero con letras grandes, de oro y con luces de neón.
Intentar transmitir toda la poesía de las imágenes, la composición de las escenas, el aura de trágica historia y descenso a los infiernos del personaje principal, la capacidad de emocionar con la partitura musical que acompaña a las secuencias, el trasfondo de una víctima de su propio ego en una lucha contra sí mismo y la nostalgia y melancolía que desprende cada fotograma de esta película, sería un intento frustrado por mi parte. 'Toro Salvaje' no hay que verla, hay que sentirla. Lo que si puedo transmitirte, curioso lector, son los múltiples motivos y razones tanto humanas como divinas para ver por primera vez (por lo cual ya te envidio) esta inmensa película. Digo inmensa por que aunque suene pedante, esta película es como la vida, pues lo abarca todo. Creerme.
Martin Scorsese dirigió esta película teniendo bajo sus órdenes un reparto excepcional, del que destaca su buen amigo Robert DeNiro. Ambos ya habían rodado 'Malas calles' (1973) y la hipnótica 'Taxi driver' (1976). Esta fructífera relación se prolongó durante años con otros títulos como 'New York, New York' (1977), 'El rey de la comedia' (1982), 'Uno de los nuestros' (1990), 'Casino' (1995) o 'El cabo del miedo' (1991). Pero sin duda en esta los dos dieron lo mejor de cada uno. Es innegable que la película se puede integrar en el subgénero de las películas deportivas y más concretamente en las de boxeo. Títulos referentes son 'El ídolo de barro' (1949), 'Más dura será la caída' (1956), 'Marcado por el odio' (1956), 'Rocky' (1976) o 'Campeón' (1979). Pero de entre todas ellas destaca por sus innumerables valores cinematográficos 'Toro salvaje'. El drama del ascenso y caída del campeón del título se narra en todas con mayor o menor fortuna, pero Scorsese infunda a su película de un aura de belleza etérea y amargura que nadie ha sabido plasmar mejor.
Aunque no lo creas, el mayor motivo para ver este film es muy sencillo. Serás envidiado por los que la han visto decenas de veces. No imaginas la envidia que provocará el saber que descubrirás por primera vez una obra tan descomunal y grandiosa. Verla por vez primera puede ser comparado con cuando Picasso mostró en público 'El Guernica' cuando lo terminó. Es una sensación que te hace estremecer ante la pantalla, te envuelve, te sacude y deja que tomes aliento para destrozarte finalmente con frialdad y desasosiego. Es un combate de boxeo en el que tú estás en una esquina del ring. No puedes esquivar los golpes, a duras penas podrás levantarte de la lona cuando sientas la fuerza de la cámara de Scorsese sobre tu nuca. Notarás el aliento de la derrota de Robert De Niro en tu rostro, odiaras el rencor y los celos que su esposa (Cathy Moriarty) siente por su vida, te alegraras por cada una de las peleas que gane y cada gota de sangre de su cara la sentirás recorrer por la tuya propia.
Te preguntaras cómo una película de los 80, sobre boxeo, con DeNiro como protagonista, siendo un drama y encima en blanco y negro puede motivarte para sentarte durante más de dos horas frente a la pantalla. La respuesta es fácil: esta película es dolor, es pasión, es muerte, es fracaso, es alegría y decepción, es vida.
Uno de los factores prioritarios del film, aparte de la soberbia banda sonora, la apabullante fotografía o el guión soberbiamente estructurado (Paul Schrader, 'Taxi driver'), es la asombrosa actuación de Robert De Niro. Está calificada como una de las mejores, sino la mejor, interpretación del cine. Y razones no le faltan a quien opine así. La sobriedad con la que actúa marca a fuego toda la película, pero además no sólo se embarcó en el viaje de sentir mentalmente al personaje sino que lo llevó hasta límites insospechados, en un esfuerzo titánico por mostrar al boxeador en todos sus aspectos. De Niro comenzó el rodaje caracterizado como Jake LaMotta con 25 años, joven y atlético, para a mitad del film transformar su cuerpo con los embites de una vida de excesos. El actor engordó la friolera cantidad de 45 kgs para mostrar a un Jake LaMotta de 50 años, calvo y apesadumbrado. El poder de fascinación que la figura de De Niro traslada desde la pantalla absorbe al espectador. Ver como un actor se sacrifica por su personaje para reflejar su verdad del modo en que lo hizo en este trabajo es una experiencia muy difícil de volver a ver en el mundo del cine.
Las escenas en que vemos a Jake LaMotta como comediante en tugurios para ganarse la vida, el monólogo que se marca frente al espejo antes de salir al escenario y su ritual de calentamiento como si de un combate se tratara, son la demostración al espectador de la soledad del actor con su personaje. Estas escenas junto a la de la prisión, cuando se lamenta del engaño que ha sufrido golpeándose los puños contra el muro, muestran al De Niro más grande, camaleónico y majestuoso que el cine haya visto. La dirección de Scorsese es pura. Directa, sin concesiones preciosistas ni trampas al público. Su visceral forma de dirigir llega al espectador sin ataduras, pocos como él han reflejado el alma humana en estado descendente. Muy superior a 'Taxi driver', y eso son palabras mayores. Y alguien que se supera así mismo con una película de este calibre merece todos los elogios.
Es como si todos los factores se hubieran conjuntado en una sincronización casi perfecta, milimétrica. Y a la vez, la película destila un deje de nostalgia e imperfección. Aún después de haber pasado más de 30 años desde su estreno, el film no se resiente. Sigue fresca e imperecedera. Ha envejecido reteniendo el tiempo. Como si los meses que duró el rodaje hubieran sido atrapados en cada fotograma, para que cuando fuéramos a verla allí siguiera imperturbable ese tiempo atrapado. Hay una serie de películas que deberían ser de obligada visión en institutos, escuelas o universidades, y ésta es una de ellas.
A su director se le ha tildado su manera de dirigir como una lucha por expiar sus propios pecados. Como si con su cine pudiera redimirse su alma. Y puede que sea cierto, se ha hablado mucho de la vida anterior de Scorsese, pues sus pasos en su juventud le encaminaban al sacerdocio. Fue seminarista durante años, pero algo en su vida le hizo convertirse en director y plasmar sus miedos, furias y dudas en el celuloide. Quizás la iglesia perdió un sacerdote más, pero el cine ganó un grande entre los grandes. Un titán tras la cámara. El cine de Scorsese no deja indiferente a nadie, ni siquiera quienes detestan sus películas pueden decir que no sea un director que siempre tiene algo que contar, y sobre todo cómo lo cuenta. En sus inicios tal vez no sabía mostrar lo que llevaba dentro, pero el animal cinéfilo que le habitaba explotó en 'Taxi driver'. De ahí en adelante su cine ha seducido a crítica y público. Es junto a Spielberg, Ridley Scott o Tarantino uno de los directores que su nombre figura antes que el título del film, que su firma impere antes que el producto que ha creado, es sinónimo de cine. Cómo décadas antes lo fue una película de Lubitch, John Ford, Capra o Hitchcock.
Alguien que ha dejado para la posteridad films como 'Toro salvaje', 'Uno de los nuestros', 'La última tentación de Cristo' (1988), 'Gangs of New York' (2002), 'El aviador' (2004), 'Infiltrados' (2006) o 'El lobo de Wall Street' (2013) puede sentirse más que satisfecho si consideraba que tenía alguna deuda con la vida, el alma o Dios. Su cine es directo, sin efectismos o saltos de trampolín para contentar al público. Es un cine que no te permite tregua. No edulcora sus películas porque así ve la vida, como un animal que te devora y deja sin resuello.