Cuando uno entra a valorar cualquier título de Alfred Hitchcock debe ir siempre con pies de plomo. Se ha escrito tanto y se ha criticado tanto sobre sus películas, su forma de rodar o de ver el cine, que cualquier opinión que sea contraria a la corriente natural de todos, resulta ser un ejercicio de auto estima para intentar dar una objetiva explicación de tu posición contraria al resto de los mortales. Una larga y fructífera carrera como la del maestro Hitch está jalonada por buenas películas, estupendas películas y grandes obras maestras. Entre estas últimas, siempre se ha destacado films como 'La ventana indiscreta' (1954), 'Los pájaros' (1963), 'Psicosis' (1960), 'Rebeca' (1940), 'Con la muerte en los talones' (1959), 'Recuerda' (1945) o 'Sospecha' (1941). Es obvio, son grandes e imperecederas. Pero también se ha incluido en esta terna de títulos otra película que conlleva muchas connotaciones: 'Vértigo' (1958). ¿Cuál es el problema? Que ha estado sobre valorada. Ahora es cuando me caen las tortas.
La cuarta y última colaboración entre James Stewart y Alfred Hitchcock ('La soga', 1947; 'El hombre que sabía demasiado', 1953; 'La ventana indiscreta', 1954) se convirtió en un retrato personal del propio director que usó la efigie del actor para encarnar a su alter ego en pantalla. Siempre que ha tenido oportunidad (o sin ella), el realizador ha incluido en su cine fobias y filias personales, fetiches, fantasías eróticas y traumas. Ha utilizado su cine a modo de catarsis para tratar de reflejar sus propios demonios y verlos expuestos en formato 70mm. Ya sean recuerdos de su madre (una figura que se reitera en casi todos sus títulos), la falsa culpabilidad y sobre todo sus más sórdidas y oscuras fantasías sexuales, el cine de Hitchcock es una continua muestra del alma de su creador.
Tal vez Cary Grant y James Stewart hayan sido quienes mejor han sabido trasladar la esencia del director a la pantalla. Sus obsesiones, siempre marcadas con un elemento sexual implícito en todas sus tramas, han configurado una filmografía que ha jugado al engaño, a la tensión, al thriller más directo que ha rozado el terror extremo ('Psicosis', 1960). Conocidos es por todos la pasión, por no decir tremenda debilidad, que sentía el creador de 'Marnie la ladrona' (1964) por un determinado tipo de mujer. Por mostrarla como él se la imaginaba: lejana, distante, misteriosa, posesiva y morbosa. Con Grace Kelly lo trató de plasmar (tanto dentro como fuera de la pantalla); con Tippi Hedren rayó el escándalo; con Janet Leigh otro tanto de lo mismo. Pero quizás fuera con Kim Novak (eterna Madeline por siempre) con la que dio en la diana en su intento de enseñar al mundo su más perversa imagen de la mujer, vista por su imaginación.
Usando de base la soberbia novela de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, 'De entre los muertos', cuyo título original fue puesto en España junto al título de la película (única vez que acertamos al subtitular un film), Hitchcock se explaya en el personaje de Madeline (Kim Novak) para transmitirnos su idea de cómo es la mujer en realidad. Siempre con la pérfida sensación de descontrol por parte de ella, el hombre debe poseer la de un modo u otro. Es ella la causante de su debilidad, es ella la que se ofrece al hombre y es el hombre el que debe rebasar cualquier frontera (incluso el mundo de los muertos) para alcanzar ese sublime objetivo.
Sin duda, la película es un vehículo para el disfrute del director, disimulado de falso thriller durante su primera hora (bastante monótono y muy lejos a lo que nos tiene acostumbrados el maestro) para de un modo bastante frío y desconcertante, desvelar a medio metraje quién es el asesino y sus motivaciones, para trasladar la trama a sonde realmente le importa al realizador: a plasmar su fantasía en pantalla. La otra mitad del film, la que de verdad sobresale, es un delicioso y morboso regalo para la imaginación. Con una sublime escena entre Stewart y Novak donde la cámara les envuelve y todo se vuelve bruma, como en sus fantasías. Sólo por esa escena merece la pena verla, que encumbra el mejor momento del film con el acompañamiento musical de la fascinante e inolvidable composición que creó Bernard Herrmann para las imágenes.
El maestro, ducho y experimentado en alimentar expectativas, nos arrastra desde el primer momento a una espiral de sospechas y dudas, creando una falsa sensación de misterio que se desvanece a la hora en pos de narrar la verdadera parafilia del autor. Un envenenado canto a lo truculento, moviéndose entre sinuosas insinuaciones de lo moral y lo pasional. Justificando en cierta medida que la desazón de lo prohibido tiene su recompensa si uno abandona sus prejuicios y principios. Hitchcock aprovecha la ocasión para evadirse de su propio cine en este ejemplo de "capricho" personal que no gustó en su propio estreno. Lejos de su característico toque de cineasta que asombra y siembra dudas, aquí optó por un viaje interior a sus inquietantes fetiches. El uso de la iluminación en ciertas escenas esclarecedoras, advierte al espectador que estamos ante un peculiar juego personal del director.
Todavía quedarían en su chistera prodigios en los siguientes años ('Con la muerte en los talones', 'Psicosis', 'Los pájaros' o 'Marnie, la ladrona', pero aquí decidió tomarse unas vacaciones de su propio estilo al cortar (como un psicoanalista) por medio todas las presunciones que motivaban la primera parte del film, para adentrarse verdaderamente en el tabú que escondía la novela 'De entre los muertos', donde reside el verdadero espíritu condenado a la frustración sexual del realizador. Por eso, aunque arda en los infiernos, no suscribo 'Vértigo' como una de las grandes obras maestras de Hitchcock, sino que la catalogo como una estupenda película (en su segunda mitad) y una buena pero fallida película (en su primera parte).
Un delicado capricho fetichista del genial maestro del suspense, que acabó siendo un compendio de su particular personalidad, pero que dista mucho de sus impresionantes trabajos que sí son Obras Maestras.