Tras resolver el caso de Cora, el psicólogo Harry Ambrose se encuentra deprimido y sin ganas de trabajar. Irónicamente, mientras bebe un trago en un bar, recibe una llamada preguntando por el caso recién resuelto. La mujer que llama es una agente que está investigando un caso con rasgos parecidos al resuelto por Ambrose. Se trata de la muerte de un matrimonio y, además, cuenta con una particularidad: el sospechoso es un niño.
Ambrose decide tomar el caso y volver a la ciudad en la que nació para enfrentarse a este caso y a los fantasmas de su propio pasado.