En 2015, la localidad de Flint, en Michigan, vio como el agua del que bebían sus 100.000 habitantes pasaba a estar contaminada. Entre 6.000 y 12.000 residentes presentaron serios problemas de salud y causó un brote de legionelosis que mató a 10 personas. Esto es solo la punta del iceberg de una situación insostenible de una ciudad abandonada por las autoridades que pasó de contar con 300 policías a 98 en solo unos años.
Fue una grave crisis, pero no la única que ha tenido la ciudad en los últimos años. Flint presenta una lucha diaria contra la pobreza entre sus habitantes, el aumento de los niveles de criminalidad y la quiebra de los servicios públicos.