Y por fin, en esta nuestra última crónica desde San Sebastián, hablamos de La Peste de Alberto Rodríguez, la primera serie que se presenta en la Sección Oficial del certamen -aunque Fuera de concurso- y una de las grandes apuestas para la pequeña pantalla de Movistar+. El título, ambientado en la esplendorosa Sevilla de finales del siglo XVI, une los destinos de varios personajes durante una inminente y apocalíptica plaga de la peste negra, hábilmente administrada.
Se esperaba mucho, muchísimo, del nuevo trabajo de Rodríguez detrás de las cámaras, sobre todo después de Grupo 7 (2012), La isla mínima (2014) y El hombre de las mil caras (2016). Por eso nos cuesta escribir que no hemos sido capaces de entrar en sus dos primeros capítulos, los que se han exhibido aquí en la Zinemaldia. La fiebre por verla aún no ha calado en nosotros, en parte por su ritmo excesivamente lento que, por otro lado, moldea con gusto el duende y el poderío mercantil de la Sevilla de entonces con una calidad nunca antes vista en España.
Ni rastro de magia (de momento)
Nuevamente, hablamos sólo de nuestras sensaciones con los primeros 102 minutos de la ficción, compuesta por seis episodios en total en su primera temporada, todavía sin fecha confirmada para 2018. Pablo Molinero (Terrados) encarna con convicción a Mateo, el protagonista, un duro ex militar que, honrando su palabra, vuelve a la ciudad donde está perseguido por la Inquisición para localizar y extraer al hijo de un amigo fallecido. Los alguaciles lo arrestan antes de que cumpla su objetivo aunque, para salvar el gaznate, accede a investigar una serie de crímenes diabólicos.
Quién sabe si Molinero se convertirá en la versión hispalense de Salvo Montalbano, Cormoran Strike y Patrick Kenzie. En los delitos que aderezan este sosegado 'thriller' se adivina al menos la misma suciedad que salpica los casos de los detectives de Camilleri, Galbraith y Lehane. Pero, de momento, ni rastro de ese hechizo que nos anima a escrutar en ellos sus dones y sus punzantes debilidades. Algo semejante sucede con Valerio (Paco León), un adinerado y embaucador bastardo cuya lucha interna entre el bien y el mal y la razón y la fe -la cabeza fría y calculadora y la superstición inherente a su época- bien podrían hacer de él el Walter White de La Peste.
'La gran enfermedad del amor (The Big Sick)': Romeo es humorista y Julieta está en coma
En la Sección Perlas nos ha encantado La gran enfermedad del amor (The Big Sick), la comedia dramática dirigida por Michael Showalter (The Baxter, Hello, My Name Is Doris). Deudora del humor del que hacen gala series como Seinfeld y más recientemente Louie, Love -del también productor Judd Apatow-, Master of None o Mozart in the Jungle, la melancólica y divertida producción ficciona cómo se enamoraron en la vida real la por aquel entonces estudiante de Psicología Emily V. Gordon (Zoe Kazan, Ruby Sparks) y el humorista de 'stand-up' paquistaní Kumail Nanjiani (Silicon Valley) -que se mete en la piel de él mismo-, autores ambos del libreto.
Lejos de los amores de leyenda que rozan la perfección que muchas veces nos vende Hollywood, The Big Sick reaviva el género de la comedia romántica al modernizar y revolucionar sus inextricables y repetitivos cánones. Y además lo logra adoptando la forma de una entrañable tragedia romántico-cinematográfica en la que el Romeo contemporáneo intenta ganarse la vida como autor de monólogos mientras la nueva Julieta entra en un coma inducido al poco tiempo de conocerse -sin veneno de por medio. Sus diferentes culturas, las expectativas de sus familias y sus miedos acaban separándolos pero, cuando Emily contrae una extraña enfermedad, Kumal se ve obligado a relacionarse con los padres de ella y a afrontar sus auténticos sentimientos.
Kazan, que ya nos cautivó en la atípica 'rom-com' Amigos de más junto a Daniel Radcliffe, vuelve a enamorarnos con su natural desparpajo y su espíritu 'geek' en el papel de la transparente Emily. El cortejo entre ella y Nanjiani no es menos 'nerd', con citas -caseras- en las que él intenta que a ella le gusten clásicos de terror como La noche de los muertos vivientes de George A. Romero o El abominable Dr. Phibes de Vincent Price. El guion está plagado de guiños y referencias a la pareja que, en lugar de enfriar y distanciar al espectador, dotan de unicidad y de una adorable personalidad a la obra. Los personajes no son planos y tampoco se someten a las reglas típicas del "Chico conoce chica, chico y chica se enamoran, etc". Son personas de carne y hueso: él un 'fanboy' sin remedio de Expediente X -puedes consultar su 'podcast' The X-Files Files en la red independiente Feral Audio-, y ella una joven divorciada a quien apodaban Beetlejuice en el instituto. Y qué decir de Holly Hunter y Ray Romano que, como los padres de Emily, sirven de contrapunto y ejecutan con maestría el rol de un matrimonio maduro y experto en la discordia donde esa enfermedad del amor varía rápidamente entre la hipertermia y la refrigeración bajo cero.
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