Hace unos meses que veía la luz en Netflix, pero nunca es tarde para darle una oportunidad a una de esas series documentales que exploran a fondo un suceso más o menos popular pero sobre cuyos detalles realmente no tenemos mucha información. En el extenso catálogo de la plataforma de 'streaming' hay un montón de joyas dentro del género, tanto en forma de serie como de largometraje, pero el que os recomendamos hoy consta de tres episodios, tardarás menos de tres horas en verlo -2 horas y 20 minutos para ser exacto- y te presentará la inconcebible historia de un festival de música que estaba destinado a hacer historia pero que se convirtió en tragedia: Fiasco total: Woodstock 99.
Si eres un amante de la música probablemente te suenen dos de los tres Woodstock que se celebraron en los 90. Dos festivales que hicieron historia pero por motivos muy muy diferentes. Mientras el primero de ellos, celebrado en 1969, congregó a más de 400.000 personas y acabó siendo uno de los tantos iconos hippies para las generaciones futuras y considerado como uno de los eventos más importantes de la música. Bajo el lema "tres días de paz y música", tanto el propio festival de rock como sus asistentes pregonaron la paz y el amor como forma de vida y mostraron su rechazo al sistema y a la guerra de Vietnam. Jimi Hendrix, The Who, Janis Joplin y Joe Cocker, entre muchos otros, brindaron algunas de sus más memorables actuaciones allí.
El segundo, sin embargo, Woodstock 99, pasaría a la historia, lejos de ser recordado como un evento musical memorable, como uno de los mayores fracasos a pesar de su intento por reproducir el éxito del primero. En 1994 ya se había celebrado un gran festival homenaje por su 25 aniversario, y el de 1999 se perfialaba como la gran oportunidad para revivir el icónico festival 30 años después.
Spoiler: Eso no sucedió. Nada más lejos de la realidad, el Woodstock 99 se haría famoso por convertirse en un auténtico apocalipsis en forma de musical: desde las insalubres condiciones ambientales a las que se vieron sometidos los asistentes, los astronómicos precios de los alimentos y suministros básicos, las malas condiciones sanitarias que provocaron enfermedades, agresiones sexuales, saqueos, el vandalismo y grandes dosis de violencia.
Celebrado en pleno mes de julio de 1999 en Rome, Nueva York y a unos 150 kilómenos del festival original, Woodstook 99 tuvo lugar en una Base de la Fuerza Aérea, lo que ya de por sí chocaba directamente con la visión pacifista de Michael Lang, el creador del festival de 1969. La asistencia fue de aproximadamente 250.000 personas y, como bien resume Netflix en la sinopsis del primer episodio, el dinero fue su motor. Los organizadores del evento querían obtener beneficios a toda costa y externalizaron los servicios de comida, perdiendo el control absoluto sobre los precios, que acabaron siendo desorbitados incluso para una mísera botella de agua.
Al mismo tiempo, el lugar elegido para la celebración, una pista de aterrizaje, proporcionaba cero sombras en pleno mes de julio y el calor acumulado por el asfalto con temperaturas de 40º solo empeoraba la situación. En los días siguientes a la primera jornada, el ánimo se caldeó cada vez más y comenzaron a producirse actos de violencia durante los conciertos e incluso varios incendios fruto de las fogatas que iniciaron varios grupos. Asimismo, los servicios médicos estaban colapsados y la escasez de baños acabó provocando un desbordamiento que se acabó sumando a la cantidad ingente de basura y residuos acumulada que no era recogida. Tras el festival, se sabría que se habían denunciado varias violaciones y que una persona había muerto a consecuencia de las altas temperaturas. También que los bebederos públicos, el único lugar donde podía beberse agua por menos de 4 dólares, estaban contaminados con residuos fecales.
Todo esto y mucho más lo relata a la perfección el documental de Netflix en sus tres episodios, con los relatos de sus asistentes, expertos, músicos y las imágenes que durante tres días fueron recogidas sin descanso para ofrecer la posibilidad de asistir al evento mediante 'pay per view'. Una de esas historias en las que la realidad supera la ficción y que convierte al más reciente 'FYRE' en una fiesta infantil en una piscina de bolas.