Con la salida de Henry Cavill y la aparente entrada de Liam Hemsworth como Geralt de Rivia, The Witcher está en boca de todo el mundo. Hay quien dice que no habrá temporada 4, quien afirma que Henry Cavill quiso salir por su cuenta y quien cree que hay algo que no nos están contando. Pero hubo una época en la que todo era más sencillo: la temporada 2, el momento en el que Netflix aún creía que tenía, por fin, su franquicia ganadora entre manos.
Dominando el Continente
Lauren S. Hissrich, la showrunner de The Witcher, prometió desde el principio fidelidad a las novelas originales, con algunos cambios aquí y allá prácticamente imperceptibles para dar más fluidez a las tramas. El problema es que los fans pronto vieron que los cambios eran más que perceptibles y empezaron a cargar contra la serie, muchas veces de forma injusta. Y es que también hay que apreciar las cosas bonitas que nos dieron.
Por ejemplo, ese momento al final de la temporada en el que un demonio toma el cuerpo de Ciri y ella sueña con volver a la fiesta que su abuela dio en el castillo. Allí están su madre, su padre, su abuela y Armiño, el druida central de Cintra. Pero cuando la adolescente se pregunta si realmente su abuela es quien dice ser, todos se convierten en ceniza al estilo Infinity War y desaparecen. ¿Todos? No. Si prestas atención, podrás ver que su padre no se convierte en ceniza, una manera de hacer un guiño al espectador: después sabríamos que, efectivamente, sigue vivo en el giro final.
Tras tres temporadas, una película de anime, un spin-off (y otro ya grabado del que no sabemos nada), es posible que Netflix ya haya sacado todo el jugo que podía a The Witcher. ¿O quizá habrá sorpresa y vivamos un resurgimiento de su fama con Hemsworth vistiendo el manto (y la peluca) de Geralt? Habrá que volver a visitar el Continente para saberlo...