Al principio, todo salió de una idea hace veinte años. Robert Kirkman era un fan de las películas de zombies como La noche de los muertos vivientes y quería hacer su propia versión. De hecho, lo primero que presentó a Image, su editorial, fue la idea de hacer una secuela de la película original de Romero, pero se negaron pidiéndole algo original para no tener que comprar una propiedad intelectual. Al final, Kirkman consiguió su objetivo de que le dieran luz verde a The Walking Dead, pero para ello tuvo que contar una pequeña mentira.
It was Earth all along
Y es que su idea de cómic era rechazada una y otra vez de forma sistemática porque se consideraba demasiado "normal", un concepto que ya había sido utilizado mil veces. Nadie veía nada especial a su ataque zombie hasta que decidió inventarse que realmente los zombis eran alienígenas. No tenía la más mínima intención de contar una historia alien, pero una vez saliese el cómic a la venta y fuera un éxito, ¿quién se iba a negar a seguir lanzándolo?
El boom fue tal que ya llevamos siete series de televisión basadas en él (y eso que terminó en julio de 2019). La más conocida, claro, la propia The Walking Dead, que cuenta con un detalle que para muchos se ha pasado por alto y que deja entrever el cariño que sus creadores le pusieron en cada detalle. Fíjate en el logo que da título a la serie, porque, a lo largo que van pasando sus once temporadas, se va corroyendo, al igual que los personajes, cayendo en la pobredumbre moral.
Muchos creen que la gente ya se ha cansado de la serie de muertos vivientes, pero lo cierto es que no paran de inventarse más y más spin-offs, videojuegos y todo tipo de productos derivados de la franquicia. ¿Algún día la naranja dejará de dar zumo (o el zombie de tener hambre de cerebros)? La verdad: quién sabe.