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    CRÍTICA: Por qué 'Twin Peaks' es lo mejor que vas a ver en la tele (y el cine) este 2017

    Los creadores originales David Lynch y Mark Frost han desarrollado la tercera temporada de la mítica serie 25 años después de su desenlace.

    El regreso de David Lynch a la dirección es algo que, los amantes del buen cine y las series de TV, deberíamos celebrar saliendo a la calle al igual que hacen los aficionados al fútbol cuando su equipo gana una de esas copas tan preciadas (que no tengo ya ni idea de cómo se llaman). Porque, y es lo primero que necesito decir, el regreso de Twin Peaks a la parrilla televisiva, va mucho más allá del revival -tan en boga en nuestros días- de una serie que, todo sea dicho, dinamitó la televisión (y las salas de estar de medio mundo) tal y como se conocía en los años 90 -de hecho, no ha vuelto a haber nada como Twin Peaks, por más que se la cite como la serie que abrió la edad dorada de la televisión, no veo ni rastro de sus influencias en primeras hit-series como Los Soprano o A dos metros bajo tierra; quizás, jugando a ser lynchianos y, doblando el tiempo a nuestro capricho, podríamos decir que Twin Peaks influyó en una de las series canónicas de la televisión: The Twilight Zone, producida 30 años antes que la de Lynch-.

    El regreso de Twin Peaks es el retorno por la puerta grande de uno de los cineastas más importantes de la historia moderna del cine. Un director que llevaba diez años entregado a otros menesteres -meditación trascendental, pintura abstracta, confección de discos de pop electrónico-, cansado de que productoras de medio mundo le dieran con las puertas en las narices para levantar nuevos proyectos y desolado tras el incomprensible rechazo de público y crítica de (la muy punk) INLAND EMPIRE, una de las películas más importantes del Siglo XXI, que merece estar en el mismo podio que In The Mood For Love, Elephant, Uncle Boonmee, Two Lovers, Millenniun Mambo, The Master o Mad Max Fury Road (por citar algunas de las películas más importantes de los últimos 17 años y medio). Y, al contrario que tantos cineastas clásicos que, en su retorno, parece que se les haya olvidado cómo funciona esto de la narración cinematográfica, ya desde el primer plano mostrado -tras la imagen recuperada de Laura Palmer citando al Agente Cooper en el futuro que es nuestro presente- ya queda claro que esto es Lynch en estado puro.

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    Y es que este nuevo Twin Peaks, en sus dos primeros capítulos -que en el Festival de Cannes se vieron como un único pase de dos horas sin intermedio de ningún tipo, dándole una entidad ontológica que parece absurda cuando se ven por separado- tiene huellas de toda la obra de Lynch pretérita a lo largo y ancho de sus dos exquisitas horas (aunque más que huellas, deberíamos estar hablando de bofetadas que aturden, entumecen y te dejan los oídos pitando). Volvamos al primer plano, donde un extraño hombre -en los títulos de crédito sale acreditado como "?????????"- llama al agente Cooper a regresar: "escucha los sonidos". Es el pistoletazo de salida, casi el mismo que aparecía en Cabeza borradora cuando, también en B/N, un hombre accionaba unas palancas para dar paso a la acción -Leos Carax le copió la idea para el arranque de su totémica Holy Motors-. Entra la banda sonora de Badalamenti y unos nuevos títulos de crédito que, en vez de centrarse en la dinámica del aserradero, se pierde entre los árboles y los rápidos que envuelven al pueblo para acabar fundiéndose en el suelo en zig-zag de la habitación roja, ese bizarro país de las maravillas al que Lynch lleva toda la vida invitándonos a entrar; una zona de nadie, mitad espejo de Carroll, mitad laberinto de Bacon, donde cualquier cosa, especialmente las más aterradoras, es posible.

    La primera secuencia en Twin Peaks, el pueblo, es en la caballa del Doctor Lawrence Jacoby, donde recoge unas palas que le traen en una pick-up. El audio de la conversación casi no se escucha ahogado por el sonido del viento entre los árboles y el fluir de los ríos. Lynch siempre ha sido todo un maestro jugando con el fondo sonoro de sus películas, bien haciendo que la estática zumbe como un avispero, bien enrareciendo una conversación que, a medida que se va volviendo más terrorífica, va creciendo un zumbido (que parece hacer temblar la imagen) que hace latente que la dulce realidad está a punto de verse enturbiada por algo que nos va a hacer estremecer: en Mulholland Drive hay un momento glorioso al respecto (aislado argumentalmente del resto de la cinta), aquella en que dos hombres hablan del monstruo que se haya detrás del bar donde están almorzando.

    Poco se ve del pueblo y sus habitantes en estos dos primeros capítulos. Lady Leño da la señal de alarma al suboficial Tommy "Hawk" Hill -"Tengo un mensaje del leño para ti", una frase que ya es una obra maestra en sí misma-, Benjamin Horne (dueño del hotel) recibe la visita de su hermano que se está comiendo un emparedado lisérgico, un hombre entra preguntando por el sheriff en la comisaría pero es incapaz de entenderse con la buena de Lucy Moran, "Hawk" se lanza a los bosques nocturnos siguiendo la pista extraña del Leño para tratar de encontrar al Agente Cooper... únicamente al final de los mismos veremos a los ex-jóvenes encontrarse en su bar de moteros mientras Chromatics suenan en el escenario.

    La historia fuera de Twin Peaks es el verdadero relato de la cinta. Dos historias absolutamente apasionantes, terroríficas y subyugantes. En Nueva York, un joven debe vigilar una caja de cristal a la espera de que algo aparezca en ella. Estamos en territorio de Carretera perdida. El extraño piso en el que se encuentra la caja posee las mismas sombras y colores que la casa del sufrido saxofonista al que daba vida Bill Pullman (de hecho, hasta parece tener los mismos zumbidos electrostáticos). El segundo relato nos retrotrae un poco más. Ocurre en Buckhorn (South Dakota), un sitio (aparentemente) feliz con gente (aparentemente) feliz donde un horrible crimen -decapitación y suplantación de parte del cadáver- parece indicar que el (aparentemente) feliz director del instituto es el asesino. Entramos de lleno en Terciopelo azul. Incluso aparece un apéndice cárnico, ¿o es víscera?, en el maletero de un (aparentemente) feliz Volvo azul. Lo monstruoso vuelve a dinamitar lo idílico. Nadie está a salvo de nada, ni siquiera en sus sueños. O quizás especialmente en sus sueños.

    La segunda hora de la cinta ya es pura locura lynchiana -¿estaremos más cerca de Cabeza borradora o de INLAND EMPIRE? ¿O, simplemente, esto es puro Twin Peaks y punto?-. La habitación roja cobra absoluto protagonismo y el Agente Cooper trata de entender las señales que le indican que tiene que salir de ahí de una maldita vez. Quizás la puerta esté en el rostro de una Laura Palmer post-mortem, quizás se la indique un árbol mutante que parece surgido de los primeros Cronenberg -qué cerca y qué lejos estaban Lynch y Cronenberg en los 80-, quizás sólo tenga que seguir sus pasos a través de la segunda temporada de la serie, un producto del que Lynch se ha distanciado repetidamente -de ahí que hiciera su particular cierre de la serie con esa joya incomprendida (una más en su obra) llamada Fuego, camina conmigo.

    La batidora-Lynch está en modo turbo, la acción se desata, el dopplegänger del agente Cooper siembra el caos a través del crimen y, en medio de todo ello, el firmante de Corazón salvaje nos entrega muestras de cine -perdón, series- radical y absoluto. Todo es exquisito y todo es mórbido. Desde la ascética puesta en escena, a los propios auto-chistes (esa linterna que falla), a esas conversaciones que parecen dilatarse entre enunciado y receptor. Silencios que están llenos de ruido. O quizás se una ruido ensordecedor que está tapado por el silencio más incómodo. Qué más da. Lynch ha vuelto. Joder. Qué hacemos que no estamos en la calle celebrándolo.

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