De los tres capítulos emitidos en HBO Max (de un total de ocho) de la nueva serie de DC Comics / Warner Television El Pacificador (The Peacemaker) podemos extraer que estamos ante uno de los jolgorios superheroicos televisivos más disfrutables desde que los superhéroes conquistaron el audiovisual mainstream contemporáneo.
Es una extrapolación, claro, que a ver por dónde van los (muchos) tiros en lo que queda de temporada. De entrada se puede decir que James Gunn (Missouri, EEUU, 1966), ha regresado al espíritu más jocoso de sus primeras películas, es decir:Slither: La plaga (2006) y, sobre todo, Super (2010); ésta última, con un iluminado superhéroe crístico (Rainn Wilson) repartiendo fe abriendo cabezas con una llave inglesa, una película que siempre me gusta reivindicar. No es que sus dos películas de Guardianes de la Galaxia no fueran divertidas, que lo son y mucho, sino porque el humor blanco mostrado en ellas, en ocasiones devorado por la aparatosidad espectacular del entuerto, estaba algo alejado del espíritu más punk del director.
Planteada como un spin off de The Suicide Squad (2021) -todo el mundo, con razón, quiere olvidar la anterior Escuadrón suicida (2016) de David Ayer-, largometraje que mereció más en taquilla pero que aún así contó con el fervor de los fans (y de parte de la crítica),
El Pacificador parece coger lo mejor de la misma, su humor salvaje a base de comentarios malsonantes y su violencia más bruta y bastarda, y la sitúa concatenada en un sinfín de gags de humor violento que no parece dar respiro ni a su protagonista ni al espectador.
El tono ochentero de los capítulos vistos (Gunn hizo lo mismo en Guardianes de la galaxia) es clave desde su ya mítica cabecera, donde vemos a los protagonistas de la serie bailando de forma tan bella como burda al son de Do You Wanna Taste It de Wig Wam. El hair metal pasa a ser desde entonces la banda sonora constante de la obra: Pretty Boy Floyd, Faster Pussycat, Kissin’ Dynamite… y, claro, The Quireboys, cuyo tema I Don’t Love You Anymore nos concede uno de los mejores momentos de la serie, aquella en la que un John Cena en gallumbos se pone a cantar bailando el tema tras haber tenido un encuentro sexual, sorprendentemente explícito. Como alguien que ha visto a los Quireboys en directo cuando aún tenía flequillo, he de reconocer que en ese momento me cuento entre los fans de la serie de aquí a la eternidad.
He citado a John Cena, cuyo Pacificador -recordemos: personaje surgido de Charlton Comics en 1966 de la mano de Joe Gill y Pat Boyette- es el alma imbécil de la serie (dicho con todo el cariño). El dieciséis veces campeón mundial de la WWE -míticas sus peleas con Dwayne Johnson cuando este era The Rock-, rapero ocasional (no dejéis de buscarlo en YouTube) y actualmente reconvertido en actor musculado es, sin duda, el gran acierto de Gunn en el casting de la obra.
Cena está divertidísimo, sabiendo reírse de sí mismo sin compasión, mostrándose tan chulesco como patético, tan contundente en sus puñetazos como frágil en sus momentos de soledad.
Al fin y al cabo, el Pacificador es un idiota sin amigos, machista y racista sin darse de cuento de ello, fruto de una educación a manos de un padre horrible (Robert Patrick, nuestro siempre querido T-1000), éste sí racista y machista convencido.
La fórmula de éxito de Gunn es clara: parafernalia superheroica a pie de calle, violencia desmedida cuando toca -la pelea en gallumbos, oh God-, humor incorrecto con continuas chanzas sexuales de brocha gorda (un paso por detrás de Torrente) y unos side-kick desternillantes que dan a la obra un tono, de nuevo, muy ochentas, ¡muy El equipo A! que, a la postre, sirven como una sátira acidísima de la sociedad norteamericana del momento.
En tiempos donde lo políticamente correcto es norma, El Pacificador ha venido a salvarnos la vida aunque sea a costa, como él dice, “de matar a mujeres y niños”.