"Seven" es un sólido y magistral thriller psicológico dirigido por David Fincher. Faltando apenas una semana para retirarse de la policía, el veterano detective Somerset no sólo deberá lidiar con su impulsivo y arrogante reemplazo, el joven detective David Mills, sino con un brutal psicópata que comete asesinatos siguiendo la lógica de los siete pecados capitales. Podria destacar muchísimas cosas, la ambientación es tal y como debía ser, una ciudad sucia, fría, con ese ambiente a delincuencia por todos lados y esos edificios abandonados rodeados de callejones interminables. Una fotografía oscura, unas escenas de crímenes escalofriantes. La dirección artística es genial, es la perfecta representación de un entorno en el que los siete pecados capitales están siempre presentes.
La trama muestra siete asesinatos que caracterizan los siete pecados capitales, pero de manera magistral. Fincher, nos va mostrando cada historia de muerte aterradora, pero a la vez no hay escenas violentas explicitamente mostradas, eso queda a la imaginación del espectador y surte efecto. Por otro lado se muestra dos visiones antagónicas frente a la maldad del mundo: Somerset totalmente desgastado, sin esperanzas de un mundo mejor ni en las personas, un abatimiento interno que traspasa la pantalla. Y Mills que llega con todas las ganas de ser un “superhéroe”, de sentir que con su trabajo él puede hacer un mundo mejor, que hay esperanza, que vale la pena luchar y ganarle “a los malos". Luchamos cada día por un mundo mejor, o ya nos cansamos… Vemos las noticias y creemos que ya nada mejora y ya nos dimos por vencido, mejor trato de vivir mi vida como pueda en este mundo gris y acabado.
La solidez del guión de Walker, se sustenta principalmente en tres pilares. El primero de ellos es la correcta estructuración argumentativa y documental de la trama que habla de un perverso, inteligente y maquiavélico plan criminal inspirado en la rica literatura medieval infernal, para matar a víctimas según los siete pecados capitales: Gula, Lujuria, Pereza, Ira, Envidia, Avaricia y Soberbia. Introduciendo así una interesante perspectiva psicológica de un asesino que demuestra no sólo ser totalmente metódico y sistemático en el modus operandi de sus crímenes, sino profundamente culto y simbólico, porque detrás de los brutales crímenes hay simplemente una mente maestra. Un segundo pilar es la relación entre los protagonistas, los detectives Somerset y Mills. Notablemente bien construidos, el primero es un veterano detective que se prepara el retiro, sagaz, metódico y demasiado franco para sus compañeros, mientras que el segundo es joven, ambicioso y arrogante. A pesar de tener diferentes puntos de vista, se trata de una relación bastante menos equilibrada y pareja, puesto que el personaje de Somerset se lleva prácticamente todo el peso de la trama en sus hombros, muy en la dinámica del viejo y zorro experimentado tratando de enseñarle al cachorro sin experiencia que se cree listo para salir de cacería. Este punto nos lleva a un tercer pilar, que tiene que ver con el abordaje que cada detective hace del caso y cómo la mente maestra criminal detrás logra manipularlos y conducirlos al infierno. Somerset tiene la experiencia necesaria para no caer en el juego del asesino porque en el fondo le mueve entender la conducta humana y sus más abominables representaciones. Mills, por el contrario, parece estar siempre desenfocado y nunca logra comprender ni las motivaciones ni el embrollo de la perversión del asesino, y es por eso que termina irremediablemente sucumbiendo ante él.
Las actuaciones son magistrales, cuenta con un reparto protagónico sólido y competente, en donde Morgan Freeman y Kevin Spacey se alzan como verdaderos monstruos. El experimentado actor afroamericano se come literalmente a Brad Pitt, con quién tiene una buena química, pero deja la impresión de que debió batallar más de la cuenta, quién interpreta a un inmaduro y pedante Mills. Sin embargo, el personaje de Freeman, astuto, inteligente y prudente, genera bastante más simpatía que el inquieto y deslenguado recambio juvenil en la policía. Comúnmente, Kevin Spacey es un actor al que no le cuesta asumir papeles de bajo perfil que terminan por volver decididamente icónicos y memorables. Y ésta no es la excepción. Dejando de lado que quizás merecía más minutos en escena, Fincher no lo consideró por cuestiones narrativas, el doble ganador del Oscar demuestra ser un tremendo actor, realmente imperturbable, con una actitud cuanto menos aterradora de tranquilidad y cálculo, frío, realmente siniestro. Una verdadera clase de actuación y desgutación interpretativa que demostraba a un Spacey en estado de gracia.
En definitiva, un excelente ritmo, una trama atrapante, oscura y aterradoramente realista, inteligentemente bien armada, que se convertiría en uno de los pilares del thriller psicológico de fin de siglo y que serviría de base para varias cintas posteriores. La fotografía, es una de sus más grandes plusvalías. La ambientación sucia y sórdida que el film respira por los poros se proyecta como una efectiva replicancia de la trama, como si de un ecosistema pútrido se tratara. Una ambientación que ni siquiera la lluvia logra limpiar, por el contrario, la vuelva más agobiante. Con un final que ha marcado un antes y un después en la historia del cine. Es tan impresionante que puede pasar un mes de haberlo visto y aún seguir rondando por tu cabeza. Sin duda, de los finales más impactantes y espectaculares que ha dado el séptimo arte.