El maestro Paul Thomas Anderson
El ser humano es un animal. Hay animales que sucumben a sus instintos y pulsiones más primarios, que viven ajenos a toda forma de grupo social y permanecen en un estado del yo salvaje que vaga a la deriva. Otros, en cambio, canalizan toda esa rabia y la ocultan bajo una apariencia de falsos profetas e hipócrita espiritualidad, necesitados de un grupo al que manipular. Las mentiras de estos últimos, reconvertidas en dogmas de erróneo poder paliativo y enriquecedor, embaucan a los primeros, pero su verdadera naturaleza no tarda en aflorar cuando sus doctrinas son puestas en duda.
Hay, en definitiva, maestros y discípulos, una temática que no le es ajena a Paul Thomas Anderson. Más allá de que siempre esté presente, aunque en segundo plano, esa necesidad imperante en el ser humano de aferrarse a una creencia que dé sentido y control a su existencia, la filmografía del director ha transitado desde los conflictos paterno filiales de “Magnolia” hasta la relación mentor-alumno de “Boogie Nights”, bajo una mirada que no ha dejado de madurar y reinventarse con cada nuevo trabajo.
Desde “There will be blood” echo de menos al Thomas Anderson de sus comienzos, ese que cambió el retrato íntimo y personal por el grandilocuente. Pero en su lugar ganamos a un realizador destinado a pasar a la historia del séptimo arte, un autor de brocha fina y acabado exquisito que utiliza la historia de Estados Unidos para analizar las miserias del ser humano, sin renunciar por ello a los temas recurrentes de sus primeros trabajos.
Si en aquella servía un magistral recital sobre los albores de la codicia y el capitalismo y la inutilidad del poder del Señor como expiación del alma, en “The Master”, mucho mejor rematada y críptica, escribe un soberbio ensayo sobre los cimientos de una religión y la posibilidad de su instauración en los mismos mecanismos del poder. Y si entonces retrataba la relación padre e hijo y la soledad del primero por culpa del poder, aquí riza más el rizo y nos propone una relación maestro y discípulo cimentada en la manipulación y la mentira, en la que ambas partes pertenecen realmente a seres perfectamente complementarios, aunque superficialmente contrapuestos, condenados a encontrarse en sus múltiples vidas.
“The Master” es la confirmación definitiva de Thomas Anderson como cineasta de raza, maduro, capaz de construir historias de desarrollo simple pero estructura y segundas lecturas de lo más complejas, que invitan a la reflexión y al debate. Que sabe dirigir a sus actores ya lo sabemos, y ahí están los magníficos Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman para atestiguarlo, y que su uso de la banda sonora –gigante Johnny Greenwood- es inigualable. Ahora ya sabemos algo más, que su composición de los planos está a la altura del mismísimo Kubrick, con el que coincide también en su despreocupación a la hora de complacer a todo tipo de públicos, imponiéndose lo cerebral a lo emocional. Él es el verdadero maestro de esta cinta. Uno de los mayores genios de nuestro tiempo. Cine con mayúsculas.
A favor: la sobriedad y exquisitez de su composición formal, y sus múltiples sublecturas
En contra: irremediablemente, este tipo de cine produce rechazo en buena parte de la audiencia