Hubo un tiempo en el que las películas eran en blanco y negro, y la música sonaba en directo. Los actores tenían que expresarlo todo a través de sus gesticulaciones exageradas, y era la música de la orquesta en directo la que transmitía al espectador todas las sensaciones, los pocos diálogos eran presentados al público a través de frases cortas a modo de cartel.
Este largometraje rinde un agradable homenaje a ese tipo de cine, permitiéndose algunas licencias, aunque siguiendo una historia lineal, clásica y conservadora.
La película gusta, entretiene, consigue emocionar, y al final te sientes como si salieses en la foto del fotograma final de El Resplandor, pero en vez de a Jack Nicholson, a quien tienes a tu lado son a Jean Dujardin y Bérénice Bejo. Es arriesgada, ¿una película muda, en blanco y negro, que a la vez es una comedia romántica en pleno siglo XXI?, bueno durante muchos años el cine ha ido mirando hacia el futuro, de vez en cuando es bueno que mire al pasado, a su pasado, a sus comienzos. El mundo ha ido evolucionando, y el cine también, renovarse o morir, y esa es la moraleja que a mi entender encierra esta cinta.
Auge y decadencia de un artista del cine mudo, que bien podría ser Rodolfo Valentino o Douglas Fairbanks, tipos que ya no quedan, con o sin frac. El ascenso de una joven estrella, en proporción inversa a la decadencia del protagonista.