Cuando nos disponemos a practicar en la mayoría de las veces esa tan satisfactoria inmersión en las cautivadoras aguas de cualquier proyección cinematográfica, de alguna manera aflora al exterior ese niño que a todos de vez en cuando nos suplanta sustituyendo a un adulto que necesita de urgencia dulcificarse con elementos propiamente infantiles. En este sentido el último trabajo (triple: guión producción y dirección), de Wes Anderson, pareciese extraído de un cuento en el que el meloso catálogo cromático con el que se viste la escenografía de la cinta, pretendiera de alguna forma maquillar los exabruptos de unos adultos enfangados en disputas tan variadas como los colores que luce dicho decorado.
Decorado hecho a medida para unos personajes escrupulosamente ataviados, dignos del pincel más perfeccionista, a los que se les pone en boca un guión brillante, ameno y preparado con sumo cuidado para arrancar sonrisas cómplices de lo absurdo y a la vez trágico, de ciertas conductas adultas. Esta especie de cómic en alta definición que se abre al proyectarse el primero de sus fotogramas, nos lleva directamente a situarnos al lado de esa niña que lee a “El autor”, preludio de algún intrigante asunto encriptado en sus páginas.
Conspiraciones, intrigas, persecuciones , tiroteos, asesinatos, fugas carcelarias; todo ello confitado con las más desternillantes y acertadas tonalidades de un humor negro que tan bien le sienta a Gustave (Ralph Fiennes), que sin desviarse un ápice de su tan perfilada flema británica, conforma junto a su compañero de aventuras Zero (Tony Revolori), un dúo (maestro y aprendiz), de esos que se regodean en ese humor absurdo que tanto y tan buen juego aporta a tantas y tantas comedias.
Con el período de entreguerras de trasfondo, que contrasta con esa apoteosis visual con la que el director y productor nos regala la vista como si buscara hacernos mirar a través del prisma siempre mágico con el que un niño observa temas baladíes para él y que no lo son tanto para un adulto, la historia sube , baja, se desdobla, todo ello bajo el ojo vertiginoso de un zoom sorpresivo, travelings de infarto, cambios de formato al 4:3, o aceleraciones en la imagen que nos retrotraen a cintas mudas encasilladas en cómicas situaciones.
Para apuntillar tan fetén letanía de fotogramas, es de recibo contar con un elenco que esté a la altura, y éste (o incluso la mitad de él), sería la envidia de cualquier cineasta con pretensiones de alto caché.
F. Murray Abraham, Tilda Swinton, Mathieu Amalric, Adrien Brody, Willem Dafoe, Jude Law, Harvey Keitel, Bill Murray o Edward Norton.
Sólo por el brillo de tal constelación de estrellas no debiéramos perdernos, “El gran hotel de Budapest”, aunque son, para nuestro deleite, otros, los ases que se guarda en la manga el señor Wes Anderson.