¿Cuánto más cruel y sanguinaria es una película más premios se lleva?, ¿cuánto más explícita, dolorosa y desagradable mayor reconocimiento para el director?, ¿cuánto más meticulosa y específica en la miseria y horror, cuánto más detalle en carne cruda desecha, ferocidad y encarnizamiento mayor mérito y halagos?, ¿cuánto más cuerpos desmembrados y cabezas voladas por las aires mayor valía?
Porque, lo que tenemos aquí es disparos, muerte, bombas, muerte, explosiones y más muerte y, en sus tiempos muertos, la cabeza humana de lo que algún día fue esencia sensible de un buen hombre ahora fantasma mugriento de destino hace tiempo asegurado.
Una escenificación impresionante para un guión que cuida su postura pero proporciona poco en su contenido, actuaciones serenas, sobrias e impactantes de soldados atrapados en la vorágine de la muerte y la noria de la locura violenta que forman unidad y grupo leal contra todo absurdo y sinsentido, esos héroes que se suicidan con legitimidad del lema patriótico incuestionable y en aras de un perpetuo cumplimiento del deber presentado como respetada hazaña a admirar y promulgar, ese glorioso minuto de cháchara colegial entre compañeros eternos que bien vale una recibida muerte que ronda por todas partes y que no da a vasto con el trabajo extra que David Ayer le ha impuesto, destrucción, masacre, aniquilación y la desgarrada muerte que vuelve a hacer acto de presencia para una tropa constantemente asediada, tiroteada y vapuleada allá donde vaya que vive y se desplaza en su hogar, en su tanque máquina, en su refugio de existencia/peligro de muerte hasta que las fichas van cayendo una a una, la munición se termina y tanto despropósito llega a su fin porque esta historia no va a sitio alguno, no tiene propósito a la vista, sólo circular de ciudad en ciudad, moverse de misión a misión, de campo de batalla a nuevo matadero a la carta hasta ser el menú mártir servido en bandeja para los comensales afortunados pues, tanto fue el cántaro a la fuente que éste se acabó rompiendo y, lo mejor son el convencimiento de esas frases grandilocuentes que surgen y se recitan en los momentos decisivos de calma espeluznante, antes de la vil violencia mortal, adornado con lenta y profunda música armoniosa de fondo y mucho llamativo rojo combinado con amarillo amanecer y negro espesura para ese señalado "¿Valió la pena?, Sí" pues "...las ideas son pacíficas, la historia es violenta" y todos a aplaudir ante tan gran sabiduría y osada verdad, por supuesto siempre está el más inocente de alma y puro de corazón que se salva como meritorio narrador de tan sublime acto llevado a cabo.
Vale, es la guerra y sabes lo que vas a ver, muerte, atrocidad, más muerte, inhumanidad y la muerte que vuelve a tropezar con pinceladas de camadería, risas agónicas y triste humor negro pero ¿sólo la tragedia de la guerra llevada a su elevación máxima?, ¿la cúspide de lo peor del ser humano y, deja de contar?, ¿ruido atronador por todas partes, sin tiempo a pensar ni reaccionar y, a comer que esta "Furia" es lo mejor de lo mejor?, ¿no me valdría lo mismo ver un documental de la dos o la BBC donde, aparte, me nutren con información extra que va más allá de la onmipresente muerte?
Epopeya magistral del sentimiento arduo, asfixiado y hundido de la primera línea de batalla que no avanza, sólo explosiona fuegos de artificio para impregnar de maestría escénica una pantalla que se aburre de su repetida estructura, ¡vamos a alimentar el guión con algo más!, ¿no? pues el día de furia de Michael Douglas en el 93 fue más fructífero y provechoso que este largo paseo de 128 minutos.
Brad Pitt mantiene el peso interpretativo y económico, también hay que decirlo, de un relato que presume de fotografía, de ardor e incomodidad estomacal, que ostenta alcanzar la gloria en cuanto a narración de relatos épicos pero que, apenas logra que cambies tu mirada después de los diez minutos de horrible visión ni que alteres tu pulso cardíaco después de observar la primera escena de muerte, ya que ésta, como el pesado que llama insistente para que te cambies de compañia, compres algo o aceptes un crédito engaño cansa, agobia y consigue que no sientas nada, sólo acabar lo ya intuido, acertar en el final melodramático de juzgado de guardia y, ¡adelante mis valientes!, a jugar a hundir la flota en tierra firme y matar a todo lo que se mueva, alemán, americano, nazi, cristiano, desviado o marciano.
"¡No siento las piernas!" expresaba el actor Santiago Urrialde de falso moribundo Rambo que le ponía, en sus películas, más entusiasmo, apetencia y habilidad al arte de matar por la patria que toda esta sesión de muerte, muerte y más muerte que ¡aburre hasta la propia muerte!
¡Furia, quédate en el tanque que yo me bajo en Atocha y, de allí, ya cojo el autobús!