Iron Fist no es la serie perfecta, ni lo pretende. Pero tampoco es ese desastre absoluto que muchos pintan. Con sus altibajos, es una serie entretenida, que amplía el rincón más espiritual y marcial del universo Marvel en Netflix, y que logra enganchar lo suficiente como para querer seguir hasta el final. El mayor problema no es su protagonista ni las coreografías (aunque podrían haber estado más pulidas), sino esa avalancha de prejuicios que ha arrastrado desde su estreno, incluso antes de que nadie hubiera visto un solo episodio.
Danny Rand es un personaje difícil, eso es cierto. Su historia de heredero perdido que regresa como monje guerrero con poderes resulta menos atractiva si no conectas con él desde el principio. Finn Jones hace lo que puede con el material que le dan, y aunque no siempre brilla, hay momentos en los que logra transmitir ese conflicto interior entre su educación mística y la realidad del mundo al que regresa. Pero el alma de la serie, lo cierto es que no está en él, sino en Colleen Wing.
Jessica Henwick convierte a Colleen en el personaje más fuerte —en todos los sentidos— de Iron Fist. Su presencia, su carisma y su evolución son lo mejor de la serie. Cada vez que ella está en pantalla, todo gana intensidad y profundidad. No es casualidad que muchos fans la prefieran como futura portadora del Puño de Hierro, porque realmente se lo ha ganado.
La primera temporada arrastra muchos problemas de ritmo, con tramas que se alargan innecesariamente y villanos que no terminan de estar a la altura. Pero cuando funciona, lo hace bien. Y la segunda mejora bastante: es más centrada, más directa, y por fin se atreve a profundizar en las motivaciones de Danny. Se nota también una evolución en las escenas de lucha, que sin llegar al nivel de Daredevil, ganan en claridad y coherencia.
Hay algo que se agradece en Iron Fist, y es su intento de ofrecer un tono diferente al del resto de los Defensores. Aquí no hay el realismo callejero de Luke Cage ni la oscuridad psicológica de Jessica Jones. Esta serie va más por lo místico, por los dilemas de identidad, y aunque no siempre acierta, al menos se arriesga a ser distinta. Y eso, en un universo que tiende a repetir fórmulas, se agradece.
Sí, se puede criticar su ejecución. Y sí, a veces se siente más como una oportunidad perdida que como una serie redonda. Pero cuando dejas a un lado las comparaciones y los prejuicios, queda un producto disfrutable, con momentos interesantes y un personaje secundario que se roba la función. Iron Fist no será la joya de la corona, pero tampoco merece el desprecio que ha recibido. Y en un mar de series de superhéroes genéricas, al menos intentó ser otra cosa.