La radiografía que Armstrong elabora sobre la alta sociedad norteamericana y sus privilegios ha reinado en los premios televisivos y ha llevado a la audiencia a confiar su tiempo a unos personajes despreciables, sin principios ni escrúpulos pero, en el fondo, entrañables. En 'Succession', al contrario de lo que puede suceder en otras ficciones, no hay a la vista un solo héroe por el que apostar, todos están 'podridos'. Entonces, ¿por qué verla?
Sátira, porque ridiculiza los vicios de la oligarquía capitalista y mediática, y shakesperiana, porque nos hace experimentar auténtica emoción y empatizar con sus personajes, que tienen en común su mezquindad y su gusto por el poder, entre varios defectos, explotados con muy mala leche e ingenio.
Sin embargo, y aunque normalmente la sátira contempla a sus personajes desde arriba, Armstrong y su equipo logran hacer que les miremos a los ojos y sintamos sus emociones, por muy detestables que sean.
Esa mezcla de comedia descarnada y brutal y hondura dramática convierten un argumento muchas veces formulado en la vanguardia de las series en un momento en que, por sobreabundancia de oferta, parece que está todo contado. Larga vida a los Roy. En muchos aspectos, Succession es como si Juego de tronos y Veep hubieran tenido un hijo que viaja en helicóptero y viste jerséis carísimos. Y que nos ha regalado 10 de las mejores horas que hemos vivido en las últimas 10 semanas. Presenciar las miserias de los ricos engancha. Qué maravilloso está siendo odiar a los Roy.